Planteaba Javier Ricou en su sección 'Tendencias' de 'Aruser@s' un tema bien interesante. El de aquellas personas a las que se les atragantan los fines de semana. Les va bien en el trabajo. De lunes a viernes se desenvuelven bien con el piloto automático puesto. Pero llegado el sábado, y no digamos el domingo, todo cambia. Si acuden a la misma cafetería donde toman café el martes, nada es lo mismo. Ni siquiera la lectura de la prensa es igual. Se sienten observados, fuera de lugar, como también ellos miran a las familias con niños o a los grupos de amigas que ríen alrededor de la mesa con incomodidad, como si se hubieran colado en una fiesta que no es la suya. Por eso desean que llegue el lunes. Para volver a zambullirse en las rutinas que les hacen sentirse bien. Son seres que se manejan muy bien en la socialización de los días laborables pero que topan con el muro de la soledad impuesta a partir del sábado.

No voy a negar que yo fui uno de ellos. Pero les voy a confesar hasta qué punto la televisión me ha ayudado a reconciliarme con los fines de semana. Abandonar la radio los sábados y domingos fue una bendición. Pasé de sentirme el ser más desolado de la tierra escuchando las ondas mirando al techo (reniego de las labores del hogar desde mucho antes de que se inventara la palabra 'empoderamiento', ni plancho, ni cocino ni tengo perrito para suplir afectos) al más privilegiado por tener tiempo para disfrutar de un montón de maravillas en Alta Definición en una pantalla que de pequeña tiene bien poco.

Repaso en programa doble 'La Script' y 'Días de cine'. Repesco 'Comando actualidad' , que nunca defrauda. Disfruto de los regalos que nos hace La 2 a cuentagotas, como 'Un país para escucharlo', 'En portada', 'Guardianes del patrimonio' o 'Saber vivir'. Soy fidelísimo a 'Informe semanal'. Y hasta me da pena que llegue 'Versión española' porque entonces el domingo se acaba.