El equipo de 'Repor' lo ha vuelto a clavar. Abordar el tema de la depresión no es fácil. En 'Me duele la vida' volvieron a darlo todo. Vanesa Benedictoy Nacho Rodríguez ofrecieron media hora de televisión químicamente pura, testimonial, formativa, de eminente servicio público, con un 'timing' simple y llanamente perfecto. Que 'Me duele la vida' y el conjunto de trescientas piezas monumentales que conforman el enorme puzzle de 'Repor' no hayan logrado ni un premio Ondas en lo que llevamos recorrido de siglo XXI habla bien a las claras acerca de hacia dónde caminan las modas y tendencias televisivas de lo premiable. Y también, sospecho, del escaso valor que desde dentro de la santa casa de RTVE se da a programas como el mentado, dado que no hay que olvidar que normalmente para optar a cualquier tipo de premios es la empresa la que tiene que postularse. Vendiendo su producto. Mimándolo.

Pero volvamos a 'Me duele la vida'. Un reportaje de estas características se puede plantear desde muy distintos enfoques. Como una pieza de esas que se emiten los "días de" para concienciar a la población; estableciendo una mirada sensiblera o por el contrario, haciendo hincapié en los aspectos médicos y científicos; presentando en primera persona a un testigo que actúe de narrador; centrándose en las estadísticas, en las frías y elocuentes cifras; escamoteando los aspectos más duros de la enfermedad para no "herir" audiencias sensibles, o al revés, subrayándolas sabedores de que hoy en día el público siempre quiere más.

El reportaje 'Me duele la vida', firmado por Nacho Rodríguez y Vanesa Benedicto, contiene todo eso y mucho más. No se recrea en la desgracia. Ni minimiza el que es un problemón. Apunta a la realidad. A una lágrima. A una sonrisa. A una esperanza. Y cada visionado (se puede ver más de una vez) es una sacudida para el espectador. Sin Ondas, pero un imprescindible.