"En la mayoría de los yacimientos aparecen carboncitos que, según el contexto arqueológico donde estamos excavando, vemos si proceden de una hoguera o de una viga carbonizada, por ejemplo. Pero es muy difícil que aparezca desecada, sólo en raras ocasiones como en Egipto. Esto es excepcional", explica Paloma Vidal Matutano a PELLAGOFIO en el Laboratorio de Arqueología del Departamento de Ciencias Históricas de la Universidad de Las Palmas (ULPGC). Ante ella y sobre una amplia mesa, donde también hay un microscopio, señala tres fragmentos de madera procedentes de graneros prehispánicos de Gran Canaria.

Dos de estas maderas tienen marcas de haber sido sometidas al fuego, incluso muescas que indican que han sido talladas por alguna herramienta. Pero tienen en común que no son maderas carbonizadas, sino maderas desecadas tras muchos siglos depositadas en el interior de cuevas en un ambiente seco y con temperatura estable. "Estas muescas nos están explicando que hay un trabajo en la madera y te abren toda una ventana al conocimiento de las propiedades físicas de las maderas que tenían los indígenas", observa.

Y eso en el contexto de unas sociedades en que las primeras generaciones que vinieron al archipiélago, hace más de dos mil años, "probablemente conocían la metalurgia en el norte de África, pero llegan aquí y no tienen minerales metalíferos de los que sacar el metal". Ello habría producido un proceso de involución hacia las herramientas líticas para intentar explotar el medio natural. "Es un proceso muy interesante. Pienso en el caso del ataúd de Agaete en El Museo Canario que ha sido vaciado, ¡es un esfuerzo descomunal!"

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