No hay constancia de cronistas ni arqueológica sobre la presencia de gallinas en época anterior a la conquista castellana del archipiélago canario. Sí la hay desde que esta conquista da comienzo, pues conquistadores y colonos las introdujeron entre la amplia variedad de animales domésticos que trajeron consigo.

Fruto de diferentes cruces y adaptada a las distintas islas del archipiélago canario, las gallinas han formado parte desde entonces de la economía de subsistencia, de una sociedad eminentemente rural hasta bien entrado el siglo XX, criadas en los patios o alrededores de las viviendas, incluso en rudimentarios gallineros en las azoteas de las casas de las principales ciudades a medida que éstas fueron creciendo por la migración campo-ciudad, al ritmo del impulso comercial que supuso el desarrollo de la actividad portuaria.

De doble aptitud (huevos y carne eran el aprovechamiento de estos animales), los huevos se cambiaban en las tiendas de los pueblos por otros alimentos básicos como azúcar o aceite; con la carne de los pollos o de los propios ejemplares adultos se nutría una gastronomía que se reservaba para ocasiones especiales, o como refuerzo de la dieta en momentos de salud delicada o para mujeres que acababan de dar a luz. Tan valiosos recursos se obtenían de la gallina prácticamente sin inversiones ni cuidados especiales, ya que se criaban sueltas, eso sí, con cuidado de que no dañaran los cultivos.

"Tiene que estar donde no estropee otras cosas, porque lo metes en cualquier campo y lo deja limpio o te lo vira del revés. La gallina es un animal que se come lo que le echen: millo, hierba, grano del que se coge en la labranza, verduras estropeadas, fruta... No le hace reparo a nada, es un animal adaptado a comer de todo", me decía Pepe Guedes, agricultor dedicado a la cría de los animales tradicionales en las casas del campesino canario en Lomo del Caballo, en tierras altas de Ingenio (este de Gran Canaria). "Las mías se suben a las tuneras y los tunos que yo no cojo, que se quedan arrugados, ellas se encargan. Y eso es bueno para la tunera, para que cuando se acaba la época de los tunos no se quede con ellos encima, porque siguen chupando de la tunera y es malo para la planta", añadía.

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