La canaria "paloma de la tierra" se caracteriza por tener las patas emplumadas, ser de gran tamaño y apenas poder volar más allá de un par de metros, de ahí que antaño fuera muy popular: fácil de coger y de criar, con ella se hacía el famoso caldo de paloma o de pichón que tanto ayudó en la economía de autosubsistencia de los campos.

Apenas unos pocos aficionados de Canarias se dedican en la actualidad a criar la paloma de patio (la denominación más frecuente, aunque también se le decía paloma de la tierra, paloma de suelo, paloma patúa o paloma patiplumas), una raza local que era habitual en los hogares de los campos de todas las islas en Canarias. En situación de casi extinción, la Asociación para la Recuperación de la Gallina Campera Canaria también dedica esfuerzos a su cría y tiene censadas tan solo un centenar de ellas.

"Se criaba en los palomares, en los gallineros o en los traspatios de las casas. Siempre ha existido la paloma de patio", recuerda Antonio Morales Pérez, fundador de esta asociación. Un "siempre" que quiere referirse al origen y permanencia de esta ave, a lo largo de los siglos, como un miembro más de la comunidad familiar que, en el marco de una economía de subsistencia, tenía en animales domésticos como la cabra, el cerdo, la gallina y la paloma el aporte de una serie de recursos alimenticios básicos (y también de trueque con sus aprovechamientos: leche, queso, huevos, etc.).

En el caso de la paloma de patio, que tiene como primera característica su gran tamaño (pesa entre 900 gramos y un kilo), sacaba adelante tanto sus propios huevos como los de las gallinas y, en especial, surtía de un ingrediente fundamental la dieta del isleño para necesidades alimenticias especiales: "Sus caldos -de pichón o de paloma- eran reconstituyentes para madres recién paridas, niños enfermizos y raquíticos, personas con problemas digestivos o respiratorios y otras personas enfermas en cama", destaca Morales, que cría en Tenerife tanto gallinas camperas canarias como palomas de patio.

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