La existencia de perros se remonta en Canarias a la llegada de los primeros habitantes que la poblaron. Tras la conquista, esos animales adaptados durante largo tiempo al territorio insular (los "lobos") se cruzaron con los que trajeron los nuevos colonos o éstos se adaptaron a su nueva realidad (los "ratoneros" de los ingleses).

Los antiguos cronistas, que escribieron sobre la conquista de las Islas y sobre quienes en ella habitaban entonces, dejaron algunas referencias sobre la existencia de perros en la sociedad indígena canaria: "eran como lobos, pero más pequeños" (Abreu Galindo), "adoraban al demonio en forma de perro" (Torriani).

Su presencia en la sociedad indígena isleña lo atestiguan los propios restos arqueológicos descubiertos y estudiados, no tanto por los restos óseos de estos animales (que los hay), como por una frecuente huella en los enterramientos humanos de cuerpos devorados por perros asilvestrados convertidos en carroñeros.

De hecho, los perros asilvestrados eran los únicos depredadores que había ya entonces en el archipiélago, el "demonio" de la mitología entre sus habitantes, que tenía forma de perro en diferentes islas (como tibicena en Gran Canaria, cancha en Tenerife o yruene en La Palma), pues eran ellos los que tenían "la capacidad para hacer daño a su más apreciado tesoro: las cabras, ovejas y cerdos que constituían su principal medio de subsistencia", escribe Antonio Manuel Díaz , artífice de que el lobo palmero no se extinguiera.

En relación al perro, no obstante, lo esencial para la sociedad indígena -que era fundamentalmente pastoril- es la convivencia en común, prestando este animal valiosos servicios para el cuidado y conducción del ganado. Posteriormente, la mezcla con razas traídas de Europa dio un cruce que siempre estuvo marcado por las necesidades del pastor, pero también de los nuevos colonos y sus actividades con perros que llegaron para otras funciones.

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