Junto a la encrucijada donde confluyen los municipios de Moya, Santa María de Guía y Artenara, se sitúa el suelo más joven de Gran Canaria. El fenómeno eruptivo de hace sólo 2.700 años (muy poco tiempo en términos geológicos) dio lugar a una caldera y a una importante acumulación de picones negros, piroclastos que sepultaron una amplia superficie del pinar que existía en la zona. La caldera, conocida como de los Pinos de Gáldar, recibió directamente el fitopónimo forestal ante la presencia muy cercana de varios descendientes ancestrales de Pinus canariensis.

De entre los antiguos integrantes que aún se sujetan a este reciente suelo, sin desmerecer la monumentalidad del resto, a mí me cautiva, especialmente, el que se localiza sobre la coordenada 28º 25' 32" N y 15º 37' 07" W. La singularidad de este árbol radica en su porte de candelabro y en su sección alargada y elíptica, lo que le concede un aspecto de árbol muralla. El Pino Muralla consta de tres pernadas dispuestas en serie, una central que hace mucho tiempo se secó y dos laterales que la van engullendo poco a poco, como si fuera una cremallera.

El perímetro del trío es de casi ocho metros, con una longitud de pared de tres metros, mientras que la altura de la bóveda se aproxima a los veinte metros. Además de esta extraña morfología, son varias las ramas gruesas y secas, sobre todo en la zona central, que sin cumplir función fisiológica parecen verdaderas gárgolas que repuntan en esta catedral forestal.

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