VER UNA PELÍCULA DE GUY MADDIN ES COMO LEER UNA CRÍTICA DE CINE ESCRITA POR COMPLETO EN MAYÚSCULAS. ¡¡¡Y CON MUCHOS SIGNOS DE EXCLAMACIÓN!!! ¡Y CARACTERES EXTRAÑOS ENTRE PÁRRAFOS, QUE NO VIENEN A CUENTO!

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Y quién sabe qué más. Desde luego, transmite ¡¡¡¡¡MuChO EnTuSiAsMo!!!!! Pero puede acabar cansando, a la larga. Eso obliga a quienes nos contamos entre los seguidores de este director canadiense a tener que justificar nuestro empeño en defender películas suyas como 'The Forbidden Room', que se pudo ver este sábado en la primera jornada del Festival de Cine de Las Palmas, causando entre el público en sus dos sesiones más de un abandono prematuro de la sala.

Maddin está acostumbrado a semejantes reacciones, que no busca adrede pero que probablemente acepta como un mal menor. Es el precio que debe pagar por sus excesos estilísticos y su peculiarísimo sentido del humor, marcas de la casa innegociables. En el caso de 'The Forbidden Room', no obstante, puede resultarle de ayuda al pobre espectador conocer cómo fue la gestación de esa criatura a la que tantos dan la espalda. Maddin y su joven codirector y ex alumno, Evan Johnson, estuvieron investigando sobre una serie de películas antiguas que se han dado por perdidas, o incluso que quedaron en meras ideas, sin haberse llegado a rodar siquiera. Luego montaron en dos museos (el Centre Pompidou de París y el Phi Centre de Montreal) unas "sesiones de espiritismo" ('Seances') para reconstruir de una manera muy libre esos filmes inexistentes, en cortometrajes de unos diez minutos de duración que en un futuro próximo estarán disponibles en Internet. Y con un elenco de actores que quita el hipo: Mathieu Amalric, Charlotte Rampling, Udo Kier, Geraldine Chaplin, Maria de Medeiros, etc.

En paralelo, Maddin y Johnson concibieron una película que en principio sería un proyecto no vinculado a Seances, si bien parece que al final han acabado aprovechando buena parte de las escenas grabadas entonces. "Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda", tal y como reza la cita del Evangelio de San Juan con la que se abre 'The Forbidden Room'.

Y ahí está el quid. Ser fan de Guy Maddin requiere un gusto por el cine más bizarro, conjugado con un interés, sincero pero no reverencial, por los primeros años de la historia del cine. Y este nuevo delirio suyo le ha llevado directamente a reescribir varios capítulos extraviados de dicha historia. Es decir, reconstruir a tientas, dando tumbos, como los amnésicos que pueblan la filmografía del canadiense. Aunque todo el material incluido en 'The Forbidden Room' es nuevo, Maddin se sitúa aquí más cerca que nunca del género experimental conocido como cine de apropiación, reciclado o de material encontrado (si bien este último término resulta un tanto confuso, puesto que también se aplica a películas de terror como 'El proyecto de la Bruja de Blair'). Me refiero a aquellos directores que cogen fragmentos de películas ajenas para crear obras nuevas, y que por cierto están representados en la presente edición del festival, en la subsección titulada precisamente 'El mundo como reescritura'.

Pero volviendo a 'The Forbidden Room', a la hora de la verdad, ¿en qué se traduce todo esto? Pues en una sucesión de narraciones que remiten a géneros diversos y en su mayoría pasados de moda (dramas hospitalarios, películas de aviación, terror expresionista...). Cómo están hiladas esas historias constituye uno de los aspectos más imaginativos, a la par que frustrantes, del filme: en un desorden casi absoluto, conviven los flashbacks con los sueños y con cualquier otro truco estructural que permita amontonar una tras otra las líneas argumentales, con el endeble soporte de una historia central que transcurre en un submarino.

El único asidero en medio del aparente caos, además de saber que estamos viendo una colección de fragmentos de películas antiguas reinventadas (lo cual, por otra parte, no se desvela en ningún momento, por lo que el espectador debe hacer los deberes buscando algo de información en Internet), lo encontramos en los lugares comunes a toda la obra 'maddiniana': no faltan los mantras susurrados por una voz en off (la reiteración del nombre de su ciudad natal en 'My Winnipeg' o aquel "recuerda, Ulises, recuerda" en 'Keyhole'; en esta ocasión, se trata de la palabra 'breathing', "respirando", en alusión a la falta de oxígeno dentro del submarino), ni tampoco los animales disecados, las madres momificadas en cuartos oscuros o los padres ausentes.

En comparación con sus películas anteriores, en el aspecto visual destaca no tanto el paso del blanco y negro al color (Maddin se las apaña para seguir dándole un acabado añejo a las imágenes; el día que una película suya tenga un 'look' moderno, apaga y vámonos) como la acentuación del uso, que más bien es casi negación, que hace del espacio. Los personajes se mueven entre decorados de cartón piedra (impagable la caverna de los ladrones, con una estalactita que se descoloca cada dos por tres) o proyecciones de fondo sin la menor intención de verosimilitud. Por otra parte, la evocación de un pasado cinematográfico que se ha esfumado, además de por negligencia, por el deterioro de los soportes, se intenta remarcar con efectos especiales que imitan el celuloide ardiendo, lo cual no deja de resultar paradójico al tratarse 'The Forbidden Room' de una película rodada en formato digital.

Y, por supuesto, cualquier préstamo o robo que comete Maddin acaba regurgitándolo en un melodrama intransferible atravesado por sus propios demonios emocionales. Habría de hecho que indagar bastante para identificar cada fragmento de la película con su correspondiente antepasado: 'Der Janus-kopf', una adaptación no autorizada de 'Dr. Jekyll y Mr. Hyde' dirigida por Murnau, parece haberse incorporado a 'The Forbidden Room' sin sufrir demasiados cambios en sus planteamientos iniciales. Pero ya me dirán, si no es a Maddin, a quién pudo habérsele ocurrido la idea de poner, en otro de los pasajes más memorables del filme, a Geraldine Chaplin dando latigazos y avivando la lujuria por los culos (con perdón) que motiva al personaje de Udo Kier a someterse a una lobotomía.

Ah, y un último apunte, la soberbia canción que acompaña esta escena la firman los hermanos Mael del dúo Sparks, que vienen a ser a la música lo que Maddin al cine: unos francotiradores anómalos tan geniales como potencialmente irritantes.