Se advierten signos inequívocos de que el director, Nicholas McCarthy, conoce los entresijos del cine de terror y que se mueve en un terreno en el que, a pesar de lo escabroso y macabro del tema y de las imágenes, se siente a gusto. No es que haya configurado una muestra destacada ni siquiera brillante de este cine, pero al menos se encuentran motivos para entrar en materia con un mínimo de interés. Se trata del tercer largometraje del realizador, que ya había probado fortuna en estos decorados en sus dos primeras películas, 'El pacto', que llamó la atención de un sector de la crítica, y 'Home', que pasó algo más inadvertida.

The Prodigy es, sin duda, su mejor trabajo, lejos todavía de alcanzar sus plenos objetivos, aunque con destellos de clase. Con influencias de numerosas muestras de clásicos del miedo, sobre todo de ejemplos tan recurrentes como 'El exorcista', la cinta atrae más porque remite también a muestras menos conocidas pero destacadas del terror. Es el caso de 'El otro' (1972), la impactante y terrible crónica sobre la infancia asesina de Robert Mulligan. Aquí el eje de la trama es, asimismo, un niño, Miles que ha sembrado el hogar en el que vive de temor e inquietud como consecuencia de unas pautas de conducta más que inquietantes. Al nacer, salvo la curiosidad de que tiene cada ojo de un color, todo parece ir bien, hasta el punto de que demuestra que su coeficiente de inteligencia es muy superior al normal. Pero a medida que crece, Miles comprueba que una fuerza extraña y malvada se ha apoderado de él.

No es un relato de posesiones, si bien en su interior actúan seres siniestros que son fruto de un pasado que se abre camino en su inocencia con una crueldad insospechada. Se da paso así al auténtico meollo del relato, el dilema de una madre que es consciente de que está alimentando y ofreciendo su amor a un verdadero monstruo, con el agravante de que la fuerza de la sangre le impide adoptar resoluciones definitivas para acabar con el mal. Precisamente por llevar las cosas al límite ha caído en la parte final en un degenerado ejercicio de asesinatos que rompen parte de la coherencia de lo que vemos.