No es nada vulgar ni un producto de consumo rutinario, sino que transita por espacios insólitos que llaman poderosamente la atención. Es, de hecho, un thriller elegante y con clase, sorprendente, elogiada por haberse apropiado de una peculiar factura estética que ha suscitado una respuesta positiva por parte de la crítica.

Lo más sorprendente, con todo, de la cinta es que se ha erigido en un producto maldito que pasa por ser el trabajo póstumo del actor ruso Anton Yelchin, fallecido a los 27 años cuando los ecos de una fama internacional creciente, sobre todo gracias al personaje de Chekov en la serie de 'Star Trek' que arrancó en 2009, se hacían realidad. Dedicada a él, 'Purasangre' dejaba síntomas palpables de una brillante proyección de futuro abortada de raíz en plena juventud. Pero si algo queda claro para quienes se sientan atraídos por una película que es todo menos convencional y anodina es que hay en ella ingredientes que nos ponen en contacto con un planteamiento de cine negro propio de hace varias décadas.

Las conexiones se efectúan a partir de un hecho fundamental, el reencuentrode Lily y Amanda, dos jóvenes que fueron amigas en su infancia pero que han pasado varios años sin verse y que ahora contemplan cómo sus vidas vuelven a cruzarse cuando la primera, educada en un internado privilegiado, trata de tener acceso a la indudable inteligencia de la segunda. Diríase que son almas gemelas en su afán por salir de la mediocridad de su entorno, aunque hay algo que está por encima de todo, el odio que ambas sienten por el padrastro de Lily. Con estos perfiles tan agudos y ásperos, se va componiendo un cuadro que tiene mucho de siniestro y que refuerza una amistad tan creciente como perversa entre las dos amigas que descubren no sin pánico que entre ellas se ha instalado un complejo destructivo creciente. Es el punto necesario para que ambas se hagan con los servicios de un joven ya puesto mafioso, Tim.