El balance final es positivo y este biopic del cine galo sobre una figura del calibre de Romain Gary, que llevó a cabo una vida infestada de aventuras, amoríos y todo tipo de incidencias, permite al espectador adentrarse en un universo singular y brillante, el de la azarosa existencia de un hombre que no puso freno a sus ansias de notoriedad.

Eso sí, contó con una auténtica aliada en la materia, su madre Nina Kacew, una judía rusa empeñada en hacer de su hijo un verdadero genio. Modelo de madre sobreprotectora que ejerció siempre un control absoluto y desmedido, fue ella la que establecía las actividades de su vástago, que no pudo por ello dedicarse a su amada pintura y a otros muchos oficios por el empeño de Nina.

Cuidada en sus aspectos formales, con una laboriosa ambientación, esta nueva versión de la autobiografía del personaje no hace olvidar a la que primera, que dirigió Jules Dassin en 1970 y que contaba como protagonistas a Melina Mercouri y Assi Dayan, pero tampoco llega a desmerecer.

El más grave hándicap que presentaba el proyecto, resumir y concentrar un libro de 876 páginas, presenta algunos flancos al respecto, no pudiendo evitar que sus 130 minutos pesen en algún momento.

De esta forma el itinerario vital de madre e hijo, que resume 20 años de victorias y fracasos, comienza en una Polonia en la que el protagonista no tiene cabida, fruto de los problemas que ha de soportar en la comunidad, y que conlleva el que su madre se lo lleve al país de sus amores, Francia, donde siente que encontrará las oportunidades que busca para demostrar su categoría intelectual. La parte final se resume, de hecho, en los títulos del final, que recuerdan que fue un esporádico cineasta que realizó dos largometrajes y que contrajo matrimonio con la actriz Jean Seberg antes de tomar una decisión irreversible.

Elogiable la labor de los dos actores que incorporan a Romain, el niño Pawel Pochalski y el adulto Pierre Niney, y por encima de todo la de una Charlotte Gainsbourg que es una madre excepcional.