Es una valiosa, amena y deliciosa invitación para que la serie de la familia Crowley,que ha triunfado en la pequeña pantalla, especialmente en la inglesa, se presente en la grande con el claro objetivo de aprovechar su notable éxito.

Viene de la mano del guionista y creador de la misma, Julian Fellowes, y se sostiene sobre dos factores esenciales, la considerable fidelidad a sus orígenes del producto, hasta el punto de mantener la práctica totalidad del reparto, y ese sentido del humor que impregna buena parte de los fotogramas. No queda ahí la cosa, ya que se ha conservado, asimismo, a ldirector, un Michael Engler que con toda lógica controla y domina todos los entresijos de Downton Abbey. Para él, cada nuevo episodio es un motivo para profundizar en sus signos de identidad.

De ahí que solo haya rodado un largometraje para el cine, The Chaperone, no estrenado en España. Con un toque exquisito en la realización, como no podía ser menos, el espectador va entrando, a comienzos del siglo XX, en las propiedades del clan aristocrático en unos momentos especialmente significativos, ya que los monarcas británicos, el Rey Jorge V y la Reina María, han solicitado a los Crawley algo muy poco frecuente, que les faciliten alojamiento para pasar una noche en Downton Abbey en el transcurso del viaje que están efectuando.

El tema es sumamente delicado, dado que las relaciones no son como ambas partes hubieran pretendido y, además, obligan a contactar con un familiar, Tom Branson, de veleidades republicanas. Junto al frente de los familiares más cercanos se presenta otro que afecta a los aristócratas que transitan por este escenario y al personal de servicio, que encuentra una ocasión para sacar partido de la presencia real. Como es lógico, un hecho de esta entidad origina incidentes y algún que otro escándalo con sabor romántico, una cuestión que no pasa inadvertido para nadie. Magnífica banda sonora.