Puede sumar una nueva e indudable promesa y además a corto plazo, al cine español, porque en el segundo largometraje de Gonzalo Bendala, tres años después de ‘Asesinos inocentes’, con el que hizo su presentación en nuestro país, hay virtudes, no totalmente cristalizadas en algún caso, que demuestran una sintaxis fluida y efectiva que encaja a la perfección en los esquemas del thriller.

Por eso, aunque ‘Cuando los ángeles’ duermen no es un producto de gran envergadura, sí crea un clima de tensión notorio y hasta se permite jugar con el espectador para llevarle con los ingredientes más eficaces al terreno idóneo.

Con la seguridad que aporta un Rodolfo Villagrán que sabe dar al protagonista la dimensión humana necesaria, el director y guionista andaluz plantea desde el mismo principio un esquema argumental que atrapa al público en una dinámica angustiosa. Germán es un empleado de una compañía de seguros que se limita poco menos que a vegetar, sin estímulos profesionales de ningún tipo y con una crisis familiar que brota desde la propia relación con su esposa Sandra y que aflora con toda claridad el día del cumpleaños de su hija pequeña con obvios fundamentos.

Será esa precisamente la jornada en que salga a la superficie, por un suceso terrible, inesperado y violento, lo peor de un hombre al que desbordan los acontecimientos más terribles.

El punto de partida es, simplemente, conducir demasiado agotado los 500 kilómetros que separan su casa de la oficina en la que tiene el despacho. Esa es, precisamente, la causa de que atropelle a dos adolescentes que tratan de huir de unos jóvenes agresivos y con afanes sexuales.

A partir de este comienzo, es decir del incidente de tráfico, las hostilidades adquieren un tono desmedido que afecta, sobre todo, al protagonista y a una de las jóvenes a las que ha causado daños y que sufre un proceso de histeria manifiesto. Es cierto que no todos los personajes están perfectamente diseñados y que hay situaciones que se desbordan casi por completo, pero aun con estos errores la angustia y la tensión adquieren una entidad que mantienen en vilo al espectador.