Parte de un inicio curioso y hasta imaginativo, una insólita combinación de musical con solo gotas de cine de terror, pero no se ha sacado el partido que prometía y de ahí que el experimento quede en parte frustrado. En ningún caso puede hablarse de parodia de alguno de los dos géneros. De todos modos es sólo el segundo largometraje del director escocés John McPhail, que debutó en el cine con la inédita en España 'Where do we go from here' y su osadía ha contado con el beneplácito de un sector de la crítica y del público, de modo que fue nominada al Bafta escocés a la mejor película del año. Sus referencias a 'La la land' (2016), de Damien Chazelle, son sólo esporádicas, aunque es cierto que algunos números musicales tienen un toque estimable de espontaneidad y de fuerza.

Ambientada casi por completo en el instituto de Little Haven, una pequeña localidad estadounidense, sus inicios dejan bastante que desear, recordando demasiado a esas comedias juveniles aburridas de solemnidad. Sigue los pasos de Anna, una joven estudiante que pasa por un mal momento porque sus padres no aceptan que se vaya a estudiar a Australia. Esa circunstancia es la que lleva a Anna a recurrir al baile, encontrando en ese camino a su mejor amigo, John, con el que se enfrentará a los zombies.

Eso sí, llama la atención que la irrupción de los muertos vivientes no se produce hasta casi el final, a la chita callando, como telón de fondo del musical que se está rodando y como si no sucediese nada. Solo sabemos el origen de estos necrófagos merced a un breve e irrelevante comentario de una emisora de radio. Pero se ven solo en segundo plano, sin que el espectador tenga plena conciencia de ello. Y sin buscar elevar la tensión o el miedo de nadie. Por fortuna, la sucesiva inclusión de los bailes aporta a la cinta un mínimo encanto. Con ello y con un desenlace que acerca la cámara a los macabros invasores se llega, al menos, a justificar el título de la cinta.