'Black Mirror' es una serie televisiva que rompe cualquier molde. Es irreverente, transgresora, moderna, políticamente muy incorrecta y deliberadamente provocadora, además de una crítica sin contemplaciones a la tecnologización del mundo, eso sí, con un punto de vista muy británico.

El lunes, los espectadores españoles podrán ver el primero de sus tres episodios en TNT, canal al que llegan unos meses después de la sorpresa provocada entre la audiencia británica, que pudieron disfrutar en primicia de una miniserie salida de la cabeza de Charlie Brooker.

Humorista en programas como 'Screenwipe' o 'Newswipe' y responsable de 'Dead set', Brooker ha creado ahora una joya televisiva en tres entregas que ridiculiza hasta lo sangrante la comunicación o, más bien, la falta de comunicación a que estamos siendo abocados los seres humanos.

Internet y sus múltiples herramientas, los teléfonos inteligente y el desarrollo tecnológico en su conjunto amenazan con convertirnos en una especie de autómatas incapaces de pensar por nosotros mismos y ese es el punto de partida de 'Black Mirror'.

Situada en un futuro cercano -que podría ser incluso mañana-, la serie está formada por tres episodios totalmente independientes y totalmente interrelacionados.

Una serie "divertida pero de un modo sombrío", en palabras de su creador, que ha reflexionado sobre ese "espejo negro" que nos rodea desde las pantallas de televisores, ordenadores o teléfonos móviles.

Y lo ha hecho mediante unas historias tan increíbles como posibles, lo que hace que sean aterradoras.

La primera es "El himno nacional", o hasta dónde se puede llegar partiendo de una noticia que aparece en un vídeo, se extiende como un virus por Internet y es imposible de confirmar.

Lo absurdo da paso a lo grotesco en un episodio que ata al espectador a su silla, sin dejarle apenas respirar para plantearle un dilema a medio camino entre lo ridículo y lo más primario.

El secuestro de un personaje popular es el hilo conductor de este primer episodio, mientras que en el segundo es la vida en un mundo futurista que sale de la mezcla de Gran Hermano y 'El show de Truman'.

Es quizás el capítulo más flojo de los tres, pese a una factura técnica brillante y a que cuenta con una estupenda participación de Rupert Everett.

Pero la idea de un futuro en el que hasta respirar cuesta dinero y en el que las paredes que nos rodean en todo momento son como enormes pantallas táctiles resulta menos original.

Y el mejor es sin duda el tercero, que fantasea alrededor de la posibilidad de revivir en cualquier momento un evento de nuestro pasado más lejano o más reciente, con la imposibilidad de olvidar que esa situación impone.

Una historia más de ciencia ficción en la que un estupendo Toby Kebbell interpreta a un hombre carcomido por los celos y al que su vida tecnológica le pone en una situación límite.

Tres episodios que desgranan con detalle las absurdas situaciones en las que podemos encontrarnos si no controlamos la evolución de una tecnología que de ayudarnos puede pasar a engullirnos sin solución de continuidad.

Con 'Black Mirror', Brooker apuntala una situación que ya otras series han asentado, y es que la originalidad y la trasgresión han abandonado la gran pantalla por la pequeña, que se ha convertido en el espejo de las mayores parodias y críticas del mundo actual.