Me pongo a ver Los nuestros sin prejuicios. Lo tengo difícil tratándose de algo que sale en Telecinco. Lo dejo claro porque en esta cadena casi nunca me encuentro cómodo. Me pongo a ver Los nuestros, dicho lo anterior, olvidándome de quién la emite. No todo es desechable en la serie.

Hay un excelente trabajo de localización -en Fuerteventura, para trasladarnos a Mali-, de ambientación -con la colaboración del Ejército y sus aviones, y vehículos, y bases militares-, buena fotografía, buena idea€ Pero. Pero por dios y por los santos venidos a menos, ¿por qué han elegido a los que han elegido para soldados de élite? Todos pintureros, monísimos, cuerpazos, un festival para la vista.

Lo que pasa es que en las series, gran putada, hay que escribir una cosa que se llama guión que, luego, el día de la grabación, los guapos han de decir. En Los nuestros se cuenta la historia del secuestro de dos niños españoles en Mali que serán rescatados por nuestros valerosos soldados, los boinas verdes, de las garras de los terroristas que tiran en Siria a homosexuales desde la terraza de los edificios, arrasan en Irak miles de años de historia en los museos con joyas de la antigua Nínive, o queman vivos a quienes no comulgan con su desviada interpretación del Corán. Bien. Igual que yo me estoy columpiando, en la serie marean el rescate con tramas de sexo y deseo, con restregones entre la increíble soldado Marina Salas y el fogoso teniente Antonio Velázquez. O hay escenas de jadeo y lascivia o Paolo Vasile dice no. Así de claro. Hay que tragar. Y en Los nuestros se traga.

Resumo. Los nuestros tiene buena pinta. Lo que pasa es que hablan, y lo que dicen, y cómo lo dicen, es para salir corriendo. O correrse.