Martín Alonso

Edimburgo tiene magia. Ayuda, para crear esa sensación mística, la arquitectura y el ambiente de la Old Town: por cualquiera de las callejuelas o los pubs que rodean la Royal Mile -la vía que une el Castillo con el palacio Holyroodhouse- esperas que te asalte algún personaje tabernero imaginado por sir Walter Scott. Todo eso se percibe con echar un simple vistazo al caparazón de la ciudad, pero si uno cruza la niebla, el torrente de emociones se dispara: en una urbe de aspecto tan clásico, la vanguardia marca el paso entre rock, whisky, buena comida y mucha diversión.

A tiro de piedra de Gran Canaria, gracias a los dos vuelos semanales que ofrece Ryanair, Edimburgo es un destino perfecto para una escapada corta e intensa. Pequeña -el radio compuesto por Old Town y New Town-, los mejores rincones de la capital escocesa se pueden descubrir a pie -los únicos viajes en guagua se pueden reservar para conectar con el aeropuerto-.

Paradas de interés, en el mapa, brotan varias: la Catedral de Saint Giles, el Castillo -con sus tesoros de la corona británica, los museos militares y los cañonazos a en punto-, perderse por la Royal Mile, disfrutar de la arquitectura victoria de la New Town, dejarse caer por el mercadillo dominical de Stockbridge, subir a Calton Hill, o almorzar un picnic en Princes Garden con vistas al monumento a Scott.

La lista anterior serviría como hoja de ruta para cualquier turista, pero Edimburgo esconde pequeños tesores para disfrutar con los sentidos. Basta con rascar un poco: tomarse una Innis and Gunn -cerveza- en la terraza del Maxies Bistro, disfrutar de un Haggis -plato típico escocés, a base de asaduras de cordero u oveja (pulmón, estómago, hígado y corazón) en el Arcade, saborear una copa de Ardbeg -whisky- en cualquier pub y pasarse una noche de juerga y música en directo en Cowgate Street.