A vista de pájaro, Lobos se asemeja a un delfín a la deriva, aparentemente herido. Al socaire de la historia es un emblema de la supervivencia, de hombres que encendían fogatas para avisar a las gentes de Corralejo, al norte de Fuerteventura, de que alguien necesitaba urgentemente un médico.

Hay palabras que resisten a los temporales, como las que dejan escritas en la memoria universal los poetas. Josefina Plá, poetisa uruguaya nacida en Lobos en 1903 cuando su padre fue destinado al faro, reconoció en su poema Imposible (1939) sus dificultades para "vaciarse de paisajes y olvidar caminos".

Se demuestra aquí que la luz es infinita, tanto como su capacidad para crear transparencias y reflejos inauditos en connivencia con el océano, las nubes y la arena. Aquí la luz gobierna, manda, juega, se permite un millón de caprichos del amanecer al atardecer, pinta, modela, ilumina a los hombres y a veces las ciega, a su antojo. En ocasiones se la descubre acariciando a un peñón con dedos temblorosos y anaranjados. También queda en evidencia que la belleza, si la dejan, también puede no tener principio ni final. ¿Será verdad que un paraíso encontrado es un paraíso perdido? Quizás no siempre.

La vida en el Islote

Un centenar de personas se suben excitadas al barco, que ya divisa la bahía de Lobos, el rincón más próximo a Fuerteventura donde pasar el mejor día playero con la familia o los amigos. Para muchos se trata de un atractivo turístico con el que cuenta la isla majorera, para otros es el lugar de residencia de malos y buenos tiempos hace ya muchas décadas, y la vuelta a casa.

El islote, que tiene una historia propia de los majoreros, ha recibido a lo largo de los años la reputación de "madre de pobres". Durante las temporadas de invierno, numerosos pescadores invadían la zona en busca de buen tiempo.

Este espacio de ensueño mezcla ahora lo autóctono con lo turístico; mientras los niños se bañan y los mayores arreglan el pescado en el puertito, algunos practican piragüismo cerca del muelle o se tumban en las playas de la costa. Las antiguas familias de pescadores acuden al islote de Fuerteventura en los meses de verano para sentirse de nuevo en casa, para reencontrarse con sus recuerdos, con su historia y sus amigos.

Para los residentes, Lobos es un refugio, una forma de vida y descanso junto al mar. En los años 50, época de marisqueo y grandes reuniones familiares, los niños disfrutaban de todos sus primos mientras jugaban por la playa y esperaban a los mayores cargados de pescado y almejas.

Mientras, las nuevas generaciones, también continúan la vida lobera, aunque más modernizada. Los más pequeños se olvidan de las clases y las nuevas tecnologías y dedican el día a bañarse, pescar, patronear los barquitos, remar y a ayudar a la familia. Con servicios, parada de espera en el muelle y hasta Centro de Interpretación, para muchos Lobos se ha modernizado y para otros "no ha cambiado tanto".

Hoy cuenta con asistencia sanitaria y técnicos de Medio Ambiente, además de las reformas en caminos, construidos en su momento por los primeros habitantes, aunque este verano el dispositivo de socorrismo y atención sanitaria no se ha activado en el Islote de Lobos por falta de acuerdo institucional.

Cerca de 300 personas son las que acuden durante el mes de agosto, el momento álgido de todo el verano, puesto que en temporada de invierno no se llega a transportar a más de 40 personas diarias en los barcos que sobreviven gracias a los ingresos del verano.