Fue Juan León El Africano, viajero musulmán, polifacético y políglota, consignó que "los antiguos africanos construyeron la ciudad de Larache sobre la mar océano, en la desembocadura del río Lucus, junto al que se levanta una parte de la ciudad, y sobre la mar la otra. Cuando Arcila y Tánger fueron de moros, Larache estuvo muy poblada, pero al pasar a manos cristianas aquellas dos plazas, fue abandonada durante unos veinte años€" (Descripción General del África y de las cosas peregrinas que allí hay. Lundberg eds., 1995).

Según algunos etimólogos, Larache es un topónimo derivado del árabe Al-Araish, o sea un jardín de flores. De ahí, probablemente, que más de un navegante de la antigüedad localizara allí Las Hespéridas (¿paraíso terrenal?); pero no tanto en la ciudad atlántica del norte de Marruecos, sino en las tierras fértiles que bañan las aguas del río Lucus al norte de la región y el río Sebú al sur de ésta. Imagen, pues, de una Arcadia deleitosa que ratificaba Juan León El Africano con esta apostilla: "rodean la ciudad numerosas lagunas y praderas, donde se cobijan muchas aves acuáticas y anguilas. En las riberas del río, frondosas y oscuras algabas cobijan leones y otras alimañas feroces. Sus habitantes mandan carbón por mar a Tánger y Arcila" (Descripción General, op. cit.).

Cierto fue que, durante los siglos XIV-XV, frecuentaron navíos de pabellón "cristiano" todo el litoral atlántico del reino de Marruecos (de ahí la conquista castellana de las Islas Canarias, ulterior camino para Las Indias).

Ello explicaría que tanto en Tánger como en Ceuta ondearan banderas de Portugal, como ocurrió en Larache cuando esta ciudad estuvo en manos de la España de los Austrias menores (1610-1690).

Al evacuarse Larache en 1690 y Orán en 1708, circularon sonetos, quintillas y epigramas alusivos a la retirada española del norte de África que se habían iniciado en el tránsito de un siglo al otro. Uno de aquellos sonetos, anónimo, cuyo original se conserva en la sección de manuscritos de la Biblioteca Nacional de España (Madrid), decía:

"¿Qué importa, ni que daño ha procedido/

por haber perdido La Mamora?;/

y que Alarache se ha perdido ahora/

¿qué presagio fatal puede haber sido?".

La sensibilidad popular, con frecuencia en boca de juglares y trovadores, lamentaba ya la retirada -incluso echando el fechillo- de aquellas ciudades, plazas y guarniciones en las que los reinos ibéricos habían ido amarrando sus naves y aposentando sus huestes militares.

Larache, sin embargo, volvería a ser ocupada por tropas españolas en junio de 1911, en vísperas del establecimiento del Protectorado hispano-francés en Marruecos (marzo-noviembre, 1912). Durante el intervalo colonial que de hecho, si no de iure, se prolongó hasta 1960 aproximadamente, no sólo Larache, sino su vecina y concurrente Alcazarquivir y la fronteriza Zoco del Aarba, experimentaron una considerable transformación urbana, un aumento de la riqueza. Recuérdese la legendaria Compañía Agrícola del Lucus (que he podido visitar en las postrimerías de su funcionamiento empresarial de la mano de la familia Gomendio), y la dinamización del sector pesquero larachense durante aquellos años coloniales.

Ocurrió, empero, que la marcha de Marruecos hacia la Independencia puso fin al Protectorado, al sur y al norte de la región del Garb y de la reputada villa de Fez; al este y al oeste de Marraques, la Ciudad imperial de piedra color rojizo. Fue a partir de entonces cuando Larache y su entorno empezaron a quedar desplazados de las nuevas demarcaciones territoriales y redes de comunicación marroquíes -como pasó con gran parte del norte del reino, desde 1960 hasta entrados los años 90 del siglo XX-. Sin embargo, la transformación lenta, aunque gradual, de Marruecos en el arranque del siglo XXI, bajo el monarca Mohamed VI en particular, salpicó la región del Lucus favoreciendo su recuperación más visible en Alcazarquivir, pero sin dejar de afectar al distrito viceconsular español con sede en Larache, sito en un esquinazo estratégico que mira hacia el balcón del Atlántico y al puerto pesquero de la ciudad algarbí.

A lo largo del decenio pasado, un concurso de circunstancias favorables me permitieron observar in situ los síntomas de la recuperación general de la villa de marras; aunque haya mucho pendiente de "regenerar", Larache sigue siendo ciudad desde la que se contempla una mar océano espectacular.

La fundación de un Centro Marroquí de Estudios Hispánicos (CMEH) hizo augurar un panorama intelectualmente atractivo para Larache. Un grupo de buenos profesionales -probados amigos de España- quiso contar con la presencia del embajador Joaquín Ortega, del cónsul general de España en Tetuán, del insigne erudito tetuaní Ibn Azzuz Hakim, y de mí mismo, en cuanto historiador de las relaciones hispano-marroquíes, para iniciar una ronda de homenajes académicos a ilustres figuras del diálogo entre vecinos. Por unanimidad, fue Don Alfonso de La Serna (+ 2006) el primero de los homenajeados. Esta iniciativa culminó en un coloquio celebrado en octubre de 2008, que lleva por título España, Marruecos y la Mar. Las Actas fueron prologadas por Mohamed Benaissa, antiguo ministro de Asuntos Exteriores del Reino y secretario general de la Fundación del Foro de Arcila, publicación que ha tenido eco favorable, que yo sepa, en círculos historiográficos, políticos y mediáticos de ambas orillas.

El CMEH y el ministerio de Cultura marroquí han querido contar con mi presencia en el salón de actos de "Comandancia" (un apelativo de inconfundible resonancia hispana), edificio situado en la magnífica Plaza Dar el Makjzen de Larache, para la presentación de mi último libro. Entrañables entusiastas de la cooperación técnica, comercial, pesquera y cultural hispano-larachense como es el caso de la asociación Larachenses en el Mundo, o Xenia, me han puesto al día sobre el presente y futuro de sus nobles empeños. He podido comprobar cómo la Plaza de Larache ha sido, finalmente, adecentada, como estaba pidiendo a voces desde hacía años. Un nuevo hotel, la inveterada Casa de España, las mejoras introducidas en las márgenes del río y en su cauce mismo, el despegue de un par de urbanizaciones turísticas, fueron percepciones dispersas que pude captar durante mi estancia en la Ciudad del Lucus, como ha titulado Luis Cazorla su copiosa novela histórica.

La región del Lucus puede pasar desapercibida a turistas del montón, pero no, definitivamente, a los amantes de la naturaleza, de la arqueología, de los buenos frutos del mar, y de la ley de la hospitalidad que tanto se prodiga en un rincón territorial del norte de Marruecos al que España debe consagrar la atención que le reclaman pasado y presente.

Toda la costa atlántica que se extiende entre la primorosa Arcila y Merj Zerga (acuífero lacustre de obligada visita) a lo largo del litoral larachense, es uno de mis rincones predilectos en el fabuloso ventanal atlántico de Marruecos.

¡Qué le vamos a hacer! En realidad, I can't help it.