Alcanzar Kenia desde Etiopía no resulta sencillo. Hay que recorrer más de 700 kilómetros de la más atroz pista de barro y piedras que imaginar se pueda. Es la Moyale Road, el último gran desafío africano. Pero estar allí significa ver, sentir, oler y tocar la verdadera África donde el viajero encuentra habitaciones sórdidas, gallinas escuálidas, agua turbia y, sobre todo, el derroche brutal de adrenalina que supone atravesar un territorio a pocos kilómetros de Somalia. Durante mi paso, el Ejército keniano combatía a la milicia somalí de Al Shabab. Pregunté si se podía reconocer a los milicianos y la respuesta que me dio el conductor de un camión fue lapidaria y muy poco tranquilizadora. "Imposible. Nadie sabe quiénes son. Están por todas partes. Yo mismo puedo ser uno de ellos".

Crucé de nuevo la Línea Ecuatorial en Nanyuki, visité en Nyeri el mausoleo del general inglés Baden Powell, fundador de los Boy Scouts, rodeé el masivo Monte Kenia y arribé a Nairobi, donde el recuerdo bohemio y pijo de la baronesa Blixen se funde con la fetidez de los barrios de chabolas y el fulgor de los rascacielos del centro de la gran capital de África del Este. No viajé más al Sur esta vez. Ya conocía ese camino, narrado con detalle en mi libro Un millón de piedras. Mi siguiente exploración estaba al otro lado del océano Índico, así que envié la moto en avión al infierno circulatorio de India.

Nada puede ser peor que esto. Cada cual obedece la ley que marca su propio tamaño. El más grande gana siempre. El pequeño ha de salirse al arcén. Recorrer las saturadas carreteras de la India es una lotería. Cada adelantamiento, cada curva ponen los pelos de punta. Una mínima distracción puede ser fatal. Sin embargo, el paisaje es espectacular. Al sur de Bombay, recorriendo el litoral del mar Arábigo, estamos en la India tropical de los mangos, las palmeras y los cocoteros. Puestos de dulcísimas frutas, tuk-tuks petardeantes y coloridos saris femeninos dan al horizonte un alegre aire de exotismo. Tras cruzar la frontera de Goa el asfalto mejora, pero la densidad circulatoria aumenta.

Desemboqué en una avenida flanqueada de palmeras. Hay dos enormes iglesias frente a frente. Una es blanca y refulge bajo el sol declinante de la tarde. Es Sé Catedral, construida en 1562. La otra es rojiza y más antigua. Es la Basílica del Buen Jesús. Son las dos joyas arquitectónicas más importantes del grandioso legado portugués en India, monumental fruto del afán exploratorio de la Época de los Descubrimientos propiciado por la búsqueda de las especias, tan valiosas como el oro durante el Medievo.

A finales del XV la búsqueda de una ruta marítima hasta ellas se convirtió en política de Estado. En 1598 Vasco de Gama alcanzaría la India. En 1510, Portugal conquistaría Goa y la convertiría en su principal base en Asia, llenándola de monumentos declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. En 1961, las tropas indias entraron en Goa y ése fue el final de la presencia portuguesa en India.

Pero en el apogeo del siglo XVI había necesidad de clérigos. El rey Juan II pide curas al Pontífice. Uno fue Francisco de Jasso, nacido en 1506. Su padre era consejero del rey de Navarra Juan III, quien perdería el reino ante las armas de Fernando el Católico. Enviado a París a estudiar, allí conocerá a Ignacio de Loyola. Junto a otros ocho camaradas fundarían la Compañía de Jesús en 1534. Desde ese instante, los soldados de Cristo se ofrecen voluntarios para ir a las misiones más peligrosas y lejanas.

El 7 de abril de 1541 zarparía desde Lisboa. Trece meses después llegaría a Goa. Pasará tres años recorriendo el sur de India y Ceilán. Llegaría a Malaca y más allá, hasta las lejanísimas Islas Molucas. En 1548 regresa a Goa para asignar a los misioneros jesuitas su respectivo campo de acción; para él se reserva Japón. En abril de 1549 parte de nuevo con Cosme de Torres y Juan Fernández. Tras siete semanas infernales, atracan en la bahía de Kagoshima. Allí comenzaría uno de los viajes por tierra más fantásticos y legendarios de la historia de las exploraciones a lo largo de más de mil kilómetros en pleno invierno.

Esperando que alguien acepte llevarle hasta China, recae y el 3 de diciembre de 1552 muere en la isla de Sanchón y es repatriado a Goa. La canonización tiene lugar en 1622. A finales del XVII se deposita el cuerpo en una urna de plata en la Basílica del Buen Jesús y a mediados del XIX comienza el ciclo de exposiciones temporales cada diez años. La próxima será en 2014. Se prevé que sea multitudinaria debido a la profunda reverencia que le dispensan los habitantes de esta región, que mezcla la herencia portuguesa con la exuberancia tropical.

De India viajé a Nepal en un periplo accidentado y lleno de peligros. Sobreviví a la locura circulatoria, pero estuve a punto de no contarlo en numerosas ocasiones. El país del Himalaya surgió como un paraíso. Ascendí las montañas y descendí hasta Katmandú, un anárquico laberinto polvoriento de calles empinadas y sinuosas. Muchos peatones llevaban mascarillas para evitar el respirar las partículas de polvo en suspensión. En el centro proliferan las agencias de aventura y trekking, tiendas de montaña donde venden fabulosos North Face, polvo en suspensión y camellos de hachís.

Otra de las constantes nepaleses son las protestas y las manifestaciones. Hace poco que el país salió de la guerra civil y, aunque los maoístas forman parte del Gobierno, sus huestes siguen alborotando. Pero como la política no va conmigo, aproveché un día de huelga para recorrer una ciudad sin tráfico. Todo el mundo tenía miedo a conducir menos yo. En este ambiente casi festivo visité el templo hinduista de Pashupatinath, el más antiguo, a orillas del río Bagmati. Declarado Patrimonio de la Humanidad. Centro de peregrinación y crematorio de cadáveres.

En la céntrica plaza Durbar se haya un curioso templo de madera, reconstrucción del primigenio que hace miles de años diera nombre a la ciudad, así como la residencia de esa desgraciada niña diosa, la Kumari. No puede pisar el suelo, no se relaciona con otros niños y no tiene una vida normal. Los turistas acuden en procesión para ver el prodigio, pero para mí es una tradición perversa.

Considerar a una cría como divinidad viviente hasta que tiene la primera menstruación y luego devolverla a su casa resulta monstruoso.