Literatura

En defensa del habla canaria

Marcial Morera recuerda que el lenguaje que se emplea en el Archipiélago está supeditado al mundo marinero y agrícola en el que surge

En defensa del habla canaria

En defensa del habla canaria / La Provincia.

Javier Doreste

Javier Doreste

He aquí un corto pero intenso libro sobre nuestra habla. Viene con un destacado prólogo del doctor Ramón Trujillo y debería estar en los hogares de todo el Archipiélago. La premisa de la que parte es sencilla: el habla, el lenguaje, es construido por sus hablantes; son estos, pues, los dueños del mismo. Ni academias ni ortodoxias pueden discriminar un habla de otra. En el español es importante recalcar esta idea ante la tan extendida de que los canarios hablamos mal y que por el contrario, las recias gentes de Castilla, son las que hablan bien. Dicotomía falsa que nos discrimina y con nosotros a gallegos, andaluces e hispanoamericanos, entre otros. Cada región ha desarrollado su propia habla, pero la estructura del idioma sigue siendo la misma, y el sustrato común permite que nos entendamos, sin gran esfuerzo, los quinientos millones de hablantes de uno y otro lado del mar. Es absurdo pensar que los cuarenta millones de peninsulares hablan mejor que los otros cuatrocientos sesenta. Hablan distinto, y eso es todo.

Esta distinción del habla, afirma el profesor Morera, viene dada por las propias circunstancias en las que se crea el idioma. Al fin y al cabo el lenguaje es la forma por la que nos apropiamos de la realidad. Incluso el olfato, el tacto, el gusto y la vista, están condicionados por el habla. Gracias a ella podemos distinguir entre salado y dulce.

Nombrando las cosas nos apoderamos de ellas, recuerden le inicio del mundo de los Aurelianos o la bíblica frase: en el principio fue el verbo. Es decir, nombramos, verbalizamos, cosas y pensamientos como forma de ser en este mundo. El habla canaria está, pues, supeditada al mundo en el que surge. Un mundo principalmente marinero y agrícola, antes de la feroz urbanización de los últimos cien años. Y por eso está lleno de vocabulario procedente de esas dos áreas en las que se movían los canarios: el mar y la tierra. El doctor Morera nos da varios ejemplos de ello. Como también nos muestra el origen portugués y andaluz de muchas de nuestras palabras y alguna que viene del habla de los antiguos canarios como «jaira». Y ninguno de estos canarismo debemos despreciar o menoscabar porque no formen parte del habla normativo español. Tienen el mismo derecho que los léxicos o formas mal llamadas cultas que por simpleza, muchos consideran superiores o más finas y elegantes. Al fin y al cabo esta consideración no deja de ser sino el producto de una educación., sobre el que inciden especialmente tanto el prologuista como el autor.

La educación sirve para transmitir una ideología, una forma de ver las cosas. Y la metrópoli, y nuestras clases dirigentes, han utilizado la educación como forma de imponer una determinada manera de ver las cosas a los canarios en general. No quieren decir los autores, y estamos de acuerdo con ellos, que debamos rechazar completamente el español normativo, más bien debemos apoderarnos de él, darle la vuelta como hizo Calibán. Es una propuesta hermana de la de Fernández Retamar y, por qué no, de Padorno y otros autores.

El habla canaria es nuestra única patria. Ni banderas ni himnos son patria alguna. El español es la patria de cuantos lo hablamos y el habla canaria es la patria de quienes la practican. En realidad siempre tendremos dos patrias. Y esto es democratizar el idioma e impedir las sandeces imperiales que tanto daño han hecho y que no han sido sino otro arma de dominación. Para empezar a respetarnos los canarios deberíamos empezar a respetar nuestra forma de hablar.

Si se piensa bien lo único que nos da identidad propia, que nos distingue del resto de la especie humana y de los hablantes de español, es nuestra peculiar forma de hablar, nuestro acento y nuestro léxico. Cuidarla, mantenerla y desarrollarla es la sola forma de mantener, cuidar y desarrollar nuestra identidad. El día que perdamos definitivamente nuestra habla habremos desaparecido como pueblo. La actual ofensiva de medios de comunicación y modas, la globalización, junto con el complejo de que los peninsulares hablan correctamente, está acabando con nuestra habla. Es preciso que empecemos a utilizarla teniendo en cuenta que no se trata de soltar canarismo a troche y moche, sin sentido, acumulándolos por acumularlos, entullándolos, sino, como nos han demostrado tantos autores, de Soler Onís a Víctor Ramírez, por citar solo a dos, utilizarlos como parte normal del léxico.

Quizás si la Consejería de Educación de nuestro gobierno regional hubiese enviado tres o cuatro ejemplares de este libro a cada centro educativo, cuando se publicó, la ínclita señora Oramas no hubiese dicho lo que dijo sobre el profesorado canario y su iletrismo. Aprovechando que el Guiniguada pasa por Las Palmas, me gustaría señalar que no creo que la mencionada haya enviado a su hija a estudiar a un colegio público.

Antes bien, creo que la niña estudió en un colegio privado o concertado (esto último es un colegio privado que financiamos entre todos), así las quejas debería haberlas dirigido al colegio afectado. E igualmente hay que señalar que el partido del que es alta dirigente la mencionada diputada, gobernó Canarias veintiocho años seguidos, con la Consejería de Educación en sus manos. Podría haber indicado la señora a sus compinches consejeros la necesidad de un currículo sobre literatura y habla canaria en todo ese tiempo.

La responsabilidad de mantener y desarrollar nuestra habla no debe quedar solo en manos de la consejería de educación ni recaer toda sobre la Academia Canaria de la Lengua. Ambas tienen cosas que hacer y decir al respecto, y la segunda lo hace. Pero la responsabilidad también es de todos. Todos debemos preocuparnos y ocuparnos de un habla que ya ha aportado al lenguaje científico vocablos como «caldera» en su acepción de depresión en el terreno debida a un colapso volcánico. O, como vimos en el episodio del último volcán, con la palabra «fajana».

El profesor Morera insiste en que dicha defensa debe hacerse desde el amor al lenguaje y mediante la persuasión y no por medios coercitivos o represivos. Ya hemos tenido, y sufrido, suficiente de ambas cuando estuvimos escolarizados y se nos corregía, por algún profesor foráneo o un nativo acomplejado, nuestra habla. Ojalá esta recomendación no caiga en saco roto y entre todos sepamos resistir la presión que la globalización ejerce. No olvidemos que el lenguaje obedece a una realidad, en este caso la canaria, y da forma a la manera de pensar o asumir y transformar la realidad de un pueblo. La globalización pretende uniformarnos para que nos sea imposible pensarle alternativas.

Lo que viene ocurriendo desde los tiempos de la llamada conquista del archipiélago. Una última observación: el corrector de Word no reconoce ni «entullando» ni «fajana». Algo se podría hacer desde las Facultades de informática que tenemos en las Islas.