AMALGAMA

La amenaza de Nikita

Nikita Kruschev fue primer ministro soviético. | | LP/DLP

Nikita Kruschev fue primer ministro soviético. | | LP/DLP / juan ezequiel morales

Juan Ezequiel Morales

Juan Ezequiel Morales

En el último meeting sobre Inteligencia Artificial que tuve se habló sobre la programación cuántica, con la que ha de contarse inevitablemente para un futuro cercano, teniéndola junto a la programación clásica para ser eficientes y los primeros en la carrera hacia el abarcamiento del poder en las acciones empresariales y económicas de cierta enjundia. El entrelazamiento y la superposición son fenómenos de la física cuántica que se incluyen en esa disciplina de programación nueva que, por ejemplo, carece de bucles, nos decía Elías F. Combarro, catedrático de computación de la Universidad de Oviedo que investiga en el CERN. Filosóficamente, con independencia de la observación de ese fenómeno que consolidará aún más la Inteligencia Artificial como un entorno que se está instalando en las élites industriales y militares y, por tanto, políticas, no en sentido democrático, sino de gestión de poder, toca mirar al pasado reciente.

Al mudar de lugar mi librería de papel (efecto colateral físico provocado por la digitalización, con Inteligencia Artificial, de toda mi biblioteca de miles de ejemplares) cayó sobre mi cabeza un número de 1986 de la revista Ciencias Sociales, de la Academia de Ciencias de la URSS, publicado en aquel entonces por la editorial Progreso. Lo abrí, y el olor a naftalina burocrática que despedían aquellos textos era tan nauseabundo como nostálgico. Los diversos doctores y candidatos a doctores de Ciencias Filosóficas, Económicas, Filológicas y demás, miembros efectivos y correspondientes de la Academia de Ciencias, parecían todos, a pesar de estar a la última de toda literatura occidental al respecto, absolutamente monopolizados por el marxismo.

Cuando, allá por los primeros años dos mil, discutí con un compañero economista neokeynesiano responsable de un alto organismo de regulación en Perú, nunca llegamos a un acuerdo de cómo la planificación, que tan buen resultado ha dado en todas las ciencias, llevó a la ruina al bloque no capitalista. Hay literatura abundante en lo tocante a esto, y él siempre me decía que el principio de la propiedad privada es sobre el que pivota el correcto comportamiento económico, y cercenarlo es como pretender que una planta crezca sin agua. Un artículo del decadente Paul Krugman al respecto, publicado en Foreign Affairs, de noviembre de 1994, recordaba la amenaza de Nikita Kruschev en la ONU: «¡Os enterraremos!», que Krugman interpretó más como económica que como militar. De hecho, Krugman llamó la atención de que en la propia Foreign Affairs desde mediados de los años cincuenta del pasado siglo existía, al menos, un artículo al año que relataba las implicaciones temibles que acarreaba el desbordante crecimiento industrial soviético. Se observaba que las tasas de crecimiento anual eran el doble de las de los países capitalistas, y hasta tres veces la de Estados Unidos. Da risa ahora leer las aseveraciones del gran científico Wassily Leontief de que la economía soviética estaba siendo «dirigida con habilidad determinante y despiadada».

Al pasar los años se comenzó a detectar lo que, de hecho, pudo con la economía soviética en tiempos de paz: los índices de crecimiento eran artificiales, y no se sostenían a la hora de reciclarse en el sistema. Una enorme presión de factores productivos, en una maquinaria burocratizada en la que la eficiencia (obtención de lo más con lo menos) estaba totalmente olvidada. Se desplazó a millones de trabajadores, se integró a millones de mujeres en el trabajo, se incrementaron las jornadas de trabajo, se instauraron masivos programas educativos, y todo fue a la inversión indiscriminada de nuevas fábricas. Era crecer a reventar: «si la economía soviética tenía una fuerza especial, consistía en su habilidad para movilizar recursos, no en su habilidad para usarlos eficientemente». Por buscar un símil: como beber agua en una boca de contra-incendios. Eso sólo puede hacerlo bien un capitalismo natural y con gestión eficiente del egoísmo. El comunismo es lo mismo pero dirigido por una élite gubernamental que ni siquiera gestiona, porque no ha de trabajar para tener, y quienes, esclavizados y sin manumitir, trabajan abajo, lo hacen sin incentivos a sus respectivos egoísmos individuales. Por eso no ocurrió el amenazante enterramiento de Nikita.

Hoy día, en tiempos en los que nos damos cuenta de que las memorias históricas estaban trucadas, también vemos que el capitalismo no es artificial sino natural, y de ahí su éxito, y ahora navegamos a su próxima etapa después del colapso por su última contradicción: la de dejar en manos de la Inteligencia Artificial el futuro del mundo humano. Y ahí sí se podrá decir por los superrobots a los infrahumanos: ¡Os enterraremos!