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Cine 'Katie says goodbye'

La partida de Katie

Katie Says Goodbye, ópera prima del cineasta estadounidense Wayne Roberts, abrió ayer la sección oficial competitiva del Festival Internacional de Cine de Las Palmas y lo hizo en el marco de su ceremonia inaugural, que no es poca cosa, dado que se trata del primer largometraje de su realizador.

A pocos escapa que muchos de los títulos oficiales del certamen capitalino constituyen un salto sin red pero, en el caso de Katie Says Goodbye, que tuvo su premiere mundial en el Festival de Cine de Toronto, la apuesta contaba con un doble paracaídas: la fuerza de su historia, aunque a ratos raya en el melodrama, y sobre todo, su brillante plantel actoral.

La trama narra la historia de Katie, una joven camarera de 17 años, interpretada de forma magistral por Olivia Cooke, afincada en un pueblo remoto de Arizona, donde vive con su madre alcohólica (Mireille Enos) y se prostituye con los vecinos del barrio para ahorrar y poder cumplir su sueño de una nueva vida como peluquera en San Francisco.

Pese a esta casilla de salida, Katie, risueña, jovial, naive, eternamente sonriente en la piel de Cooke, que sostiene en su rostro toda la película, se lanza en brazos de su sueño cuando se enamora profundamente de Bruno, un mecánico y ex convicto monosilábico, que encarna Christopher Abbot.

Aquí empieza a jugarse la partida de Katie, cuyas circunstancias comienzan a confabularse en su contra pese a este momento dulce -en el que hay más fantasía que amor-, entrelazando rémoras y miserias que la asedian desde todos los planos.

Y así se va abriendo paso una trama de desesperación y superación, que descubre todos los registros de una brillante Cooke ante la cámara.

Que sus personajes residan en condiciones precarias en caravanas, se desempeñen en talleres de automóviles o deambulen por la orilla polvorienta de las carreteras vacías de Nuevo México, en contraste con los largos planos angulares del paisaje, casi agorafóbicos, evocan el anhelo de la huida imposible, de vidas truncadas como un vehículo estático que no va ninguna parte.

No es una película sencilla, pues contiene un par de sencuencias perturbadoras -algunas, demasiado largas-, pero, entre sus aciertos, se apoya en una excelente alienación de secundarios, como Mireille Enos, que encarna a Tracey, madre de Katie, pero con la que Katie ejerce de madre; Mary Steenburgen, como Maybelle, jefa de Katie que adopta el verdadero rol maternal; o James Belushi, Bear, camionero y, a su vez, cliente de Katie, que hace las veces de una suerte de padre que nunca aparece.

Y así, en el abismo entre los sueños sencillos de Katie -"no busco nada sofisticado, como ser abogada", le confiesa a Bruno- y la crudeza de su realidad, afloran los desengaños y traiciones a la protagonista, que se bambolea en la tragedia con una milagrosa carga de ingenuidad y optimismo.

Sin duda, el público tendrá conciencia de que esta historia ya se la han contado antes, pero la cuestión es que si funciona ese balanceo narrativo entre las quimeras y la nada en que se mueve su protagonista. En algún momento, sin desvelar el desenlace, Katie parece encontrarse por fin al otro lado de la inocencia, de quien acepta su destino pero sigue caminando. Y este arco es interesante.

En este sentido, Roberts firma un debut alrededor del espectro emocional de Cooke, que evoca a una suerte de joven Blanche Du Bois ( Un tranvía llamado deseo) que mantiene intacta su dignidad, lejos demártires o victimismos, como la maravillosa Isabelle Huppert de Elle.

Sin Cooke, no habría partida. O esta sería bien distinta.

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