Sería una lástima que una película como Take Shelter (Refúgiate o Cobíjate) pudiese pasar desapercibida por culpa de la escasa publicidad que ha acompañado su estreno. Resultaría más lamentable que su tema, el fondo apocalíptico que le sirve de marco argumental, despierte el desinterés del público a fuerza de haber sido explotado por el cine en numerosas (y vergonzosas) ocasiones, como por ejemplo: 2012, Armageddon, Deep Impact. Lo primero corroboraría, una vez más, el mercantilismo que se ha adueñado de la industria cinematográfica americana, por el cual una película vale tanto como se haya invertido en su realización.

Lo segundo sería una postura acomodaticia que esta película de Jeff Nichols destruye por completo, puesto que la fuerza, la pasión y la emoción que desprende Take Shelter en sus mejores momentos demuestran perfectamente que todavía no se ha hablado lo suficiente sobre el fin del mundo. Y que no es necesario que una película sea innovadora o que aporte algo nuevo al tema para constituirse en una excelente obra. Basta con que crea en aquello que cuenta, cosa que Nichols hace a la perfección.

En Take Shelter, Nichols demuestra estar menos interesado por la descripción de un revoltijo de clichés del cine de catástrofes que por el retrato de una familia del Medio Oeste americano con el fin del mundo en los talones. Curtis vive en un pequeño pueblo de Ohio con su mujer, Samantha, y su hija Hannah, una niña sorda de seis años. Curtis empieza a sufrir fuertes alucinaciones apocalípticas. Unas alucinaciones que no sabe si son consecuencia de una enfermedad mental o se trata de premoniciones reales que ponen en peligro la convivencia de la comunidad.

Take Shelter es una de esas raras bendiciones que agradece cualquier espectador, a pesar de ser una película tan imprevisible como el propio bullir de los pensamientos del protagonista (extraordinario Michael Shannon); está llena de aristas y de propuestas delirantes: bienvenida sea, precisamente, por eso; por su capacidad de remover e inquietar, y su estimulante modo de escabullirse de lo convencional, sin forzar nunca la balanza hacia un exceso de dramatismo o fantasía que asimilarían la película a una mecánica propia del cine de género. Lo que ha logrado, en definitiva, este director, tan amigo de su propia autonomía, es una obra realmente libre, además de conmovedora y llena de malos presagios. El futuro lo dirá.