Ayoze García

Dicen las malas lenguas que el mundo del cine está lleno de farsantes, gente que se da ínfulas más allá de lo que aconsejan su talento o su formación. A eso yo respondo con el refrán de que a cada cerdo le llega su San Martín, y créanme que sé de lo que hablo. Me explico. Uno, que tiene una cámara de mano y sabe juntar dos clips de vídeo en el Premiere, pero poco más, se había propuesto rodar un corto, en plan distendido y sin muchas pretensiones, durante el Festivalito de La Palma. Luego surgió la oportunidad de escribir estas crónicas y mi respuesta fue: "Bueno, vale".

Más o menos había logrado compaginar ambas cosas, hasta que el martes se me ocurrió mirar el grupo de Facebook de La Palma Rueda -estos inventos los carga el diablo-, y lo que es peor, responder a un mensaje en el que ponía que buscaban un editor para un cortometraje. Pensé lo siguiente: "Está bien, no será demasiado trabajo, y así igual me prestan el ordenador y edito allí mi corto en vez de tener que usar el Windows Movie Maker en mi portátil, que es un rollo".

Horas después estaba delante de un Mac -yo uso PC- con dos pantallas, sin saber siquiera cómo se abría desde el programa la carpeta del escritorio, y con la perspectiva de editar un cortometraje que incluye un 'timelapse' y que se rodó con dos cámaras y, el colmo de los colmos, ¡un 'drone'! En resumen, que me quedé flipando, pero todavía puede que hasta salga bien la cosa y todo, así que más vale afrontar el reto.

Eso sí, el estado de shock no me lo quita nadie, de modo que comprenderán que el resto de esta crónica no podrá ser sino una vaga colección de impresiones de lo visto y oído durante la jornada del martes. Por ejemplo: Rafael Navarro revolucionando el hotel Castillete, donde se aloja buena parte de la brigada del Festivalito, durante el rodaje de su largometraje. Los niños de la escuela grancanaria Cámara y Acción yendo a Cruz Roja para pedir permiso para usar una ambulancia en un corto (no sé si la consiguieron). Un apagón general en Santa Cruz de La Palma que te pilla justo después de cenar y hace que te preguntes cuántos directores estarán poniendo el grito en el cielo por el percance en ese mismo instante (afortunadamente, aquello solo duró diez minutos). Un rodaje que empieza a medianoche en el interior del Club Náutico casi a oscuras, bajo la dirección del técnico de sonido Dani Mendoza (el héroe de los decibelios, se le podría llamar por todo lo que aporta al Festivalito) y con mi buena amiga Lorenza Machín como protagonista. Y justo antes de volver al hotel, otro rodaje que acaba ya de madrugada en la Avenida Marítima, delante de un callejón iluminado a duras penas por una farola que se enciende y se apaga cada pocos segundos. Pregunta: "¿Y no podrían haber elegido otro sitio?". Respuesta: "Es que así es el corto". Si es que aquí se le saca partido a todo.