Ayoze García

Dentro de la filmografía de Amaury Santana, podríamos agrupar 'Con cuatro cuerdas' (que el pasado viernes le valió ganar por segunda vez el premio al mejor largometraje en LPA Film Canarias) junto a aquellos documentales en los que este director fija su mirada en existencias y proyectos ajenos, como 'Vidas sobre ruedas', de 2009, o 'Ensueño', de 2012, por oposición a la vertiente más intimista de 'Diarios' (2013), también galardonada en LPA Film Canarias, y 'Entre silencios', vista el año pasado en esa misma sección del festival.

'Con cuatro cuerdas' es el registro de la creación de un grupo de Barrios Orquestados en Jinámar. Como es bien sabido, este encomiable proyecto acerca la música a los niños de diferentes zonas de Gran Canaria, otorgándoles la oportunidad gratuita de aprender a tocar instrumentos de cuerda.

La visión comunitaria de la cultura que se desprende que esta iniciativa puede no gustar a quienes defienden un modelo más vertical, y de ahí las escenas de tensión con políticos del PP recogidas en el documental. Pero cuando contemplamos a los jóvenes intérpretes tocando en un concierto la complicada banda sonora de 'Piratas del Caribe' (antes habíamos asistido a un ensayo, así que sabemos lo que les cuesta), el éxito de Barrios Orquestados queda patente. Aunque no solo ahí, también en las reuniones con los padres, que se implican en el proyecto y valoran lo que aporta a la vida cultural de Jinámar. Todo esto lo capta Amaury con su cámara, para acabar con un viaje en barco, con planos que recuerdan la travesía hasta La Gomera de los participantes de un grupo de crecimiento personal en 'Ensueño', aunque el entusiasmo de los niños que salen en 'Con cuatro cuerdas' es mucho más contagioso.

El cortometraje ganador, 'Sacristán', de Octavio Guerra y Violeta Blasco, se complementa bastante bien con el documental de Amaury, y ambos trabajos configuraron el pasado viernes una interesante sesión de cine canario en el Teatro Guiniguada. Este corto surgió en un taller de cine impartido por Abbas Kiarostami, nada más y nada menos, y tiene como escenario la Catedral de Murcia. Las labores cotidianas de su sacristán y la voz en off de una voluntariosa feligresa invitan a reflexionar sobre la relación entre fe y rutina, voluntariado y oficio. Cuestiones, en definitiva, que trascienden las paredes de una iglesia.