Dejando a un lado los documentales, la mayor parte de títulos de la sección oficial del festival pueden generar opiniones encontradas. A mí me gustó 'Crumbs' y me dejó frío 'Tui Na', a otra persona le habrá ocurrido justo lo contrario, y difícilmente nos íbamos a poner de acuerdo al respecto. En ese contexto, 'The Postman's White Nights' ('Las noches blancas del cartero') se presenta como una película de consenso, sólida en todos los aspectos y que aúna sobriedad, algunos destellos de humor y un mínimo toque surrealista.

El cartero en cuestión está interpretado por Aleksey Tryapitsyn, uno de los actores no profesionales a los que Andrei Konchalovsky recurrió para contar esta historia de gente corriente, con gente corriente. Sin caer en una nostalgia excesiva, se nos presenta un retrato del modo de vida rural en la zona del Lago Kenozero, al norte de Rusia, que no parece tener sitio en la época postsoviética de los centros comerciales.

La propia profesión del cartero corre riesgo de caer en la obsolescencia, pero él se agarra a que su función va mucho más allá de entregar cartas. "No puedes mandar por correo electrónico una barra de pan", explica. El personaje de Tryapitsyn es un ex alcohólico y divorciado, que siente que los años se le escapan y recuerda con orgullo los cánticos escolares y las leyendas del bosque en el que jugaba de niño.

Pero, en realidad, no puede decirse que haya aquí una defensa a ultranza de la pureza de los ancestros: incluso en una comunidad aislada geográficamente como aquella, los ecos del mundo moderno llegan a los lugareños a través de los canales de telebasura (tan chabacana como la española, por lo visto), y a estas alturas de su carrera no parece que la prioridad de Konchalovsky sea pontificar. Alguien, como él, que ha trabajado en su Rusia natal y en Hollywood, lo mismo con Andrei Tarkovsky que con Sylvester Stallone, debe saber que la vida puede llegar a ser bastante absurda, y eso se nota.