Los personajes más recurrentes en 'A Pigeon Sat On A Branch Reflecting On Existence' (el título en castellano sería: 'Una paloma se sentó en una rama reflexionando sobre la existencia') son dos vendedores ambulantes de artículos de broma. Ramplones, ridículos y profundamente humanos (es decir, lo típico en las películas del sueco Roy Andesson), tienen pinta más bien de empleados de una funeraria.

La primera vez que presentan a un potencial cliente sus productos estrella, uno se parte de risa por el tono moribundo con el que dicen aquello de que "queremos que la gente se divierta". Unos minutos después, se repite la operación, y con ella la hilaridad. Cuando por tercera vez abren el maletín, el espectador empieza a preguntarse si Andersson tendrá las narices de contar de nuevo el mismo chiste. Y justo entonces, sucede lo inesperado.

Así es 'A Pigeon Sat On A Branch Reflecting On Existence', un juego de repetición y variaciones. Quien se acerque por primera vez a la obra de este director, podría llevarse una primera impresión de estar ante una serie de sketches humorísticos inconexos sacados de un programa de televisión. Pero en seguida se dará cuenta de la rigurosísima composición de las escenas y la llamativa distribución de los personajes y la acción, que se desarrolla de manera simultánea a diferentes niveles: en el exterior de un restaurante, un hombre deambula por la calle, desorientado por no saber si se ha equivocado de día al acudir a una cita, y al mismo tiempo vemos a través de las ventanas la continuación de un episodio anterior. Todo ello, sin cortes ni movimientos de cámara.

Esta película, premiada en Venecia y presente en la sección Panorama del festival de la capital grancanaria, concluye la "trilogía sobre el ser humano" que Roy Andersson ha venido hilando, con paciencia de orfebre, desde finales del siglo pasado, y que incluye también 'Canciones del segundo piso', de 2000, y 'La comedia de la vida', de 2007. Siete años es, de media, el tiempo que necesita para obtener financiación y preparar cada una de estas películas rodadas en los escenarios, meticulosamente construidos, de su estudio, con voluminosos repartos de actores no profesionales.

La milimétrica atención al detalle de Roy Andersson es ya proverbial y se mantiene a lo largo de una trilogía que ha ido evolucionando hacia un cierto optimismo. 'Canciones del segundo piso' era una especie de fresco medieval del infierno en la tierra, mientras que en este tercer filme Andersson no suprime del todo dicho tono perturbador pero se permite incorporar un puñado de escenas tiernas y sin el menor rastro de mala baba.

'A Pigeon Sat On A Branch Reflecting On Existence' es entonces el volumen más luminoso y divertido de la saga, y quizá también el menos profundo. Quizá. Andersson se retiró del cine durante décadas tras el fracaso comercial de su segundo largometraje en los años setenta, y se dedicó a dirigir anuncios de televisión que le sirvieron para ir acuñando el estilo visual que tanto brilla en sus últimas películas. En aquella etapa, muchos debieron darle por muerto en términos creativos, pero allí estaba, rumiando sus ideas como la paloma del título, que vemos disecada en un museo en la primera escena del filme. Y que, nunca se puede descartar del todo, cabe que un día de estos levante el vuelo.