Aquel conejo no tenía que haber estado allí, en medio de la nieve. A mí me arruinó el final feliz de 'Kumiko, The Treasure Hunter', qué quieren que les diga, aunque puede que fuera para bien.

Esta película de los hermanos David y Nathan Zellner, rodada en Tokyo y en el estado de Minnesota, se ha hecho con una mención especial y con el premio del jurado popular en el Festival Internacional de Cine de Las Palmas. Impecable técnicamente, nos hace empatizar con su protagonista, una introvertida oficinista japonesa siempre a la caza de una pista que le indique el camino a seguir en la vida. Una cinta VHS parece desvelarle la ubicación de un tesoro oculto en Estados Unidos, y para allá que se va ella...

La valía de 'Kumiko' se decide en sus minutos finales, así que centrarán nuestra atención en las siguientes líneas, tratando de destripar el argumento lo menos posible. Hasta ese desenlace, habremos disfrutado con una trama con su buena dosis de risas -y también mucha rabia contenida a duras penas-, pero la intención última del filme permanece una incógnita: ¿estaremos ante otra oda más, no ya a la magia, sino a la omnipotencia del séptimo arte?

Porque en tiempos recientes hemos visto cómo el cine cambiaba la historia para vengarse de Hitler en 'Malditos bastardos' y ayudaba a resolver una crisis diplomática internacional en 'Argo'. Dos películas notables, de acuerdo, la segunda basada en hechos reales. La cuestión es que poco importa si tiene su origen en la imaginación de Quentin Tarantino o en un episodio desclasificado de los archivos de la CIA: ese es un discurso al que no le queda mucho más recorrido antes de que empiece a caer en el ombliguismo cansino. Es decir: el cine entretiene, muestra otros mundos, enseña y hasta ayuda a sobrevivir. Lo que no va es a resolver todos nuestros problemas, pienso yo.

La búsqueda del personaje de Kumiko recuerda un poco a la de los cinéfilos -sigue sin gustarme esa palabra- más obsesivos. También ellos creen -debería usar aquí la primera persona-, también nosotros creemos en botines de localización recóndita, películas que casi nos gusta guardar en secreto, no se vayan a convertir en la nueva moda y pierdan su encanto. Y a veces, también nosotros descubrimos en el cine pistas donde no las hay.

Kumiko pretende que el filme de ficción -bastante famoso, por cierto- contenido en la cinta VHS le sirva de mapa del tesoro. Necesita acometer una hazaña que la libere de su trabajo, y con la que hacerse valer a ojos de su atosigante madre; de ahí que se lance a la búsqueda con tanta determinación.

Y el paso más complicado para ella a la hora de iniciar el viaje hacia tierras estadounidenses será desprenderse de su mascota, el conejo que le hace compañía en su apartamento de soltera, y que con su reaparición en los momentos finales confirma la funesta intuición que ya albergábamos a raíz de un par de escenas anteriores que bordean lo alucinatorio: la del principio en la playa y la del objeto sacado del hielo, que por un instante vemos que es el preciado maletín, para convertirse acto seguido en un trozo de madera.

De modo que por mucho que la música de despedida suene a triunfo, adivinamos lo que ha ocurrido en realidad. Y 'Kumiko, The Treasure Hunter' -basada en una leyenda urbana que ya fue objeto de un documental en 2003- se vuelve una película valiente y nada complaciente si la interpretamos como un aviso de que es inútil pedirle al cine más de lo que puede dar.

PD. Así concluimos la cobertura de esta edición número 14 del festival capitalino. Este sábado repetimos con 'Kumiko' y vimos 'P3nd3jo5' de Raúl Perrone, 'El futuro' de Luis López Carrasco y 'Meek's Cutoff' de Kelly Reichardt. Mucho cine difícil de pillar en pantalla grande, en definitiva.