Una de esas aspiraciones más o menos disparatadas que de vez en cuando (re)surgen en torno al cine es la de dotar de olor a las películas, haciendo que el espectador perciba diferentes aromas en consonancia con lo que ocurre en la pantalla. Se han hecho varios ensayos, aunque no llegaron a cuajar. Pues bien, demos gracias por ese fracaso, porque de lo contrario la experiencia de ver 'Difícil ser un dios' ya sería insoportable del todo. Aunque no apele directamente a nuestro sentido del olfato, ese extraordinario -en todos los sentidos- filme de Aleksei German apesta a barro, vísceras y sangre. Fue quizá el plato fuerte de la programación de LPA Film Festival este sábado por la tarde, y no para todos los gustos, tal y como demuestran las numerosas deserciones entre el público a medida que iban pasando los minutos.

Pero había que intentarlo, puesto que a German se le considera uno de los grandes directores rusos de las últimas décadas y esta es su obra póstuma, que llevaba preparando varios años antes de su fallecimiento en 2013. Segunda adaptación cinematográfica de la novela homónima de Arkady y Boris Strugatsky -autores también del libro cuyo argumento Tarkovsky hizo suyo en 'Stalker'-, 'Difícil ser un dios' nos traslada a un planeta parecido a la Tierra que vive atascado en una Edad Media especialmente cruenta. Cualquier actividad intelectual, incluso saber escribir, se ha convertido en un crimen, así que no cuesta demasiado buscar paralelismos con las penalidades que muchos artistas -incluido el propio German- atravesaron durante el régimen soviético.

El protagonista es un terrícola al que todos tratan como una divinidad -de ahí el título de la película-, y que se ve envuelto en una serie de conspiraciones que le pondrán complicado mantener una cierta neutralidad, y puede que la cordura. Hasta ahí el argumento, apenas esbozado y casi imposible de seguir en un primer visionado, porque lo que interesa es ahondar durante casi tres horas en una espiral de locura y violencia que no parece tener fin: la única belleza posible en semejante contexto es la música que el supuesto dios intenta extraer de varios instrumentos; y lo único puro, el color blanco de los pañuelos que él mismo va repartiendo, pero que al fin y al cabo solo sirven para sonarse los mocos, con perdón.

Los fluidos corporales de todo tipo corren como una riada en 'Difícil ser un dios', filme presentado en pase único dentro de la sección oficial del festival aunque fuera de concurso. Lo mismo podría haber formado parte de La Noche Más Freak, la verdad. Uno siempre ha pensado que las películas de casquería lo siguen siendo por mucho que se sustenten en las más sofisticadas coartadas filosóficas. No obstante, German consigue una loable recreación histórica, no exenta de ciertos anacronismos indicadores de que estamos ante un ejercicio de ciencia ficción, aunque no lo parezca. Pocas veces en el cine hemos visto un Medievo menos acartonado: tendríamos que remitirnos a títulos como 'Marketa Lazarová' del checo Frantisek Vlácil o 'Andrei Rublev', otra vez de Tarkovsky, para encontrar algo semejante.

Además hay que reconocer que en el fondo 'Difícil ser un dios' sabe mantener las distancias: el uso del blanco y negro, al igual que la manía que tienen los personajes de mirar a cámara, evita que la sangre nos salpique en la cara, como quien dice. De hecho, la mayor la película parece rodada en planos subjetivos, aunque a menudo no sepamos a quién corresponden, lo cual incrementa la sensación de desconcierto.

Resumiendo: al común de los mortales este filme de German les resultará sumamente indigesto, mientras que los iluminados no dudarán en calificarlo de obra maestra. Lo más probable es que acabe confinado en la tierra de nadie de la ciencia ficción más recóndita de Europa del Este, junto con la similar 'En el globo plateado' del polaco Andrej Zulawski y la comedia absurda preferida de los rusos, 'Kin-dza-dza!' de Georgiy Daneliya. Y en realidad ese no es tan mal lugar para perderse de vez en cuando.