No hay que confundirla con el mediocre y falso cine de acción que inunda las carteleras y hay que dejar constancia, muy al contrario, de que transita por otros escenarios antagónicos en donde cuestiones como el tráfico de drogas, la actuación de los cárteles mexicanos y la extremada crueldad y violencia que definen estos horizontes se analizan con mucho más rigor. Por eso, sin duda, formó parte de la sección oficial del Festival de Cannes y reiteró las virtudes narrativas del cineasta canadiense Denis Villeneuve, que realizó antes dos títulos tan interesantes como Incendies y Prisioneros.

Con una hora inicial espléndida, que contribuye a definir estos cenagosos antros, es una pena que la segunda mitad experimente una breve pero acusada crisis que coincide con el trasvase a un segundo plano del personaje de Kate Macer en beneficio de un Alejandro, que coge el testigo del protagonismo. A pesar de ello, no pierde todos sus avales previos y mantiene parte de sus alicientes.

Con una espléndida Emily Blunt, que asume un personaje con muy pocos antecedentes, el de Kate Macer, una agente de un grupo de acción inmediata del FBI en materia de secuestros que decide unirse a un comando de la SWAT que actúa en la peligrosa frontera entre México y Estados Unidos en lucha permanente contra los traficantes, entramos de lleno en una guerra sucia salpicada de muertos. Lo hacemos en base al terrible trauma que sufre al encontrar un numeroso grupo de cadáveres ocultos entre las paredes de una vivienda cuando todavía no se había repuesto de la bienvenida que le dieron unos cuerpos decapitados y mutilados que colgaban en plena calle como si fueran carneros a la venta. La descripción psicológica más que sólida de esta mujer, que ha dejado en segundo término su vida sexual, se ve cercenada con la aparición del misterioso Alejandro, un contundente agente colombiano supuesto colaborador de la DEA y de su cruzada contra la droga y la inmigración ilegal.