No solo mantiene en el peor de los casos los aciertos y sugerencias de la primera entrega, que vimos en 2011, sino que supera a veces y en determinados aspectos, sobre todo en el musical y en el entorno natural en el que se instala, la maravillosa Amazonia, lo que aquélla nos ofrecía. Hay un par de claves que explica eso, la reiteración de espléndidos números musicales infestados de ritmo, color y alegría, por un lado, y el hecho de que Carlos Saldanha, que no olvidemos es coautor de las tres partes de La edad del hielo, verdadero artífice de este proyecto, siga al frente del mismo como director.

Se ha quedado en el camino el guionista Don Rhymer, que falleció poco antes de que empezara el rodaje, si bien su espíritu se ha conservado entre los nuevos colaboradores. De este modo hay que decir que la franquicia continúa en plena forma, que seguirá habiendo nuevas secuelas y que menudos y adultos tienen claras opciones para disfrutar una vez más. La premisa esencial de esta segunda parte no era otra que cambiar el escenario.

Si en la primera se sustituía la ciudad de Minnesota, en Estados Unidos, por la maravillosa capital brasileña, cosa que los que más agradecían eran los guacamayos protagonistas, Blu y Perla, ahora el traslado todavía es más explosivo, puesto que dejamos el medio urbano para meternos en el fascinante y prodigioso mundo de la selva del Amazonas. Eso sí, la pareja de aves se llevan con ellos a sus tres pequeños, Bea, Tiago y Carla. Y en el camino se unirán los entrañables amigos que hicieron en su estancia en Río, que sucumben a la fascinación de la llamada de la selva, incluyendo a la insólita pareja que forman una cacatúa que ya no vuela y un oso hormiguero.

Otro ingrediente novedoso y a tener en cuenta es el ecológico, que coloca al ser humano en ocasiones como eje de la trama. Y es que se enfrentan los defensores de la naturaleza, representados por una pareja de amantes de la Amazonia, que no están dispuestos a que se talen más árboles, con unos tipos desaprensivos y malvados, liderados por un tipo avaricioso y cruel, empeñados en continuar la deforestación.