Un musical digno y con chispa que está casi siempre a la altura del original y que ha superado el reto de adaptar a la gran pantalla la obra teatral que ha constituido un éxito en los últimos años, tan notable como inesperado en los escenarios españoles y en sus representaciones en México y Moscú.

Las claves son fáciles de entender, aunque a menudo se han subvertido a la hora de llevar al cine numerosos musicales, y es que los responsables del tema no son otros que los mismos artífices de la versión teatral. En concreto, los directores y creadores de la obra, Javier Calvo y Javier Ambrossi, vuelven a repetir en sus responsabilidades, al igual que los principales nombres del reparto. Y lo que es también importante, la cinta conserva su sabor auténtico, con unos personajes que tienen inequívocas reminiscencias almodovarianas y un sustrato ideológico en el que impera la reivindicación de la libre elección de la sexualidad.

El gran mérito de los autores y realizadores ha sido el de respetar el espíritu de la obra en todos los frentes, especialmente en lo concerniente por un lado a unos seres repletos de vitalidad que convocan en diversas situaciones, sobre todo en la segunda mitad, un efectivo sentido del humor y, por otro, a un inusual toque religioso que tras aportar en principio unas pistas falsas muestra finalmente con acierto sus verdaderas cartas. Tanto es así que la solución de que Dios se le aparezca a María, una de las dos jóvenes que desean triunfar en el mundo de la música, cantando melodías de Whitney Houston es, ciertamente, impagable.

El argumento, por otra parte, es simple y está supeditado, como es habitual, a las exigencias del género. El decorado es un camping de la montaña madrileña en el que lloran sus penas de frustración, porque no se están cumpliendo sus expectativas, María y Susana. Hasta que la suerte parece cambiar de sino y ambas son convocadas a unas pruebas por un productor que está interesado en lo que hacen.