Sus respuestas a las exigencias de la película, muy delicadas, son casi siempre las que pedía un relato de estas características que se adentra en un territorio especialmente sensible, el de los discapacitados.

La directora del Canadá francófono Louise Archimbault, en el que es solo su segundo largometraje, tras ´Familia´ en 2005, ha demostrado no sólo estar al tanto de unos seres que complicaban enormemente el desarrollo de la trama, también los ha descrito con ese toque de ternura y de rigor que eran necesarios para no caer en defectos irrecuperables.

No debe sorprender, por tanto, que se hiciera con el Premio del Público en el Festival de Locarno, que formara parte de la sección oficial del de Toronto y que en el de Gijón su protagonista masculino, Alexandre Landry, fuese declarado mejor actor. Es más, fue la cinta canadiense elegida para representar a su país en la lucha por el Óscar a la mejor película en lengua extranjera.

La verdad es que todo el reparto supera con creces los altos listones establecidos por la propia realizadora en el guión que ella mismo ha escrito, con el mérito suplementario de que algunos de los que forman parte del mismo padecen realmente la discapacidad que sufre su cometido.

Archimbault se gana desde el principio el beneplácito del auditorio, apenas ha traspasado las puertas de la institución en la que Gabrielle, que padece el Síndrome de Williams, comparte compañía y terapia con otros discapacitados psíquicos. La cámara también repara en los demás internos, algunos con Síndrome de Dawn, pero hace especial hincapié en ella y en Martin, que se ha convertido en su novio y que nutre a diario su alegría de vivir.

Consciente de que quería mostrar la auténtica realidad de una joven que sufre las consecuencias de la marginación propia de su dolencia, no ha escatimado los aspectos más relevantes de su caso.