Una de las más acertadas adaptaciones que Mark Gatiss y Steven Moffatt han logrado con su versión televisiva de Sherlock Holmes es la forma en que muestran en pantalla la rapidez de pensamiento del personaje de Arthur Donan Coyle.

Repentinos zooms a objetos y actitudes permiten entender cómo el famoso detective deduce quién ha sido el asesino o las características más íntimas de su interlocutor. Cuando Adaline, una joven nacida a principios de siglo XX, es capaz de hacer lo mismo que Sherlock sin ser ella un sabueso, está claro que algo extraño está sucediendo en pantalla.

El secreto de Adaline tiene algo de cuento gótico de vampiros, un tanto de ciencia ficción dulcificada, un poco de drama y un toque de las femmes fatales del cine negro. Sin embargo, todo ello no es más que un armatoste, un curioso disfraz para un drama romántico de tiempos congelados, que nos recuerda a Mel Gibson permaneciendo Eternamente joven.

El debutante Lee Toland Krieger apuesta por un apartado visual elegante y onírico que nos atrapa también a nosotros en un tiempo pasado. Solo cuando Adaline se permite salir de su ciudad, la película se vuelve más ligera en la puesta en escena aunque más densa en sus giros narrativos. Para compensarlo, Harrison Ford refuerza a Blake Lively y aporta algo de carisma al conjunto.