Uno contempla las fotos del laboratorio de José Val del Omar y no acierta a descifrar qué se cocía exactamente entre esas cuatro paredes atestadas de cachivaches, gabinete de chamarilero tecnológico. Como un alquimista trasplantado al siglo XX, este granadino al que el CAAM dedica una exposición, se llevó a la tumba buena parte de su secreto, de su aspiración truncada, la de un cine que aspiraba a trascenderse y ser otra cosa mayor. Voluntad de superación tanto tecnológica como artística, que en este caso forman un compuesto indisoluble.

La muestra Desbordamiento de Val del Omar traza un recorrido por los "intentos" de este cineasta y tecnófilo, iniciativas que cuajaron en un quehacer fragmentado, que se aparta de los habituales cauces de la creación cinematográfica y que apenas circuló por los circuitos habituales, aunque obtuvo algunos galardones en festivales.

Porque Val del Omar (Granada 1904-Madrid 1982) intuyó que el cinematógrafo podía ir más allá, y en ese empeño experimentó fórmulas y modelos para forzar al género de las imágenes en movimiento fuera de las que eran sus fronteras. Fue un adelantado a la experiencia multimedia, a la experiencia total, ideando sistemas de reproducción de sonido que trascendían la estereofonía, y de modulación de vibración de asientos. Intentó implementaciones que aún hoy, plenamente conseguidas o a medio lograr, nos maravillan, como el cine sonoro, en relieve, en color o en pantalla ancha. Pero obedeciendo a una pulsión romántica o a la incomprensión, se lanzó a tales aventuras prácticamente en solitario.

Muestra

La exposición del CAAM, comisariada por Eugeni Bonet, recoge obras cinematográficas, fotografías, documentos sonoros, gráficos y collages. Tampoco faltan las diakinas o diapositivas múltiples. Tres metrajes, que componen el Tríptico elemental de España, ocupan un lugar central en la muestra. Aguaspejo granadino (1953-55), Fuego en Castilla (1957-58) y la inacabada Acariño galaico (1961) integran este retablo, la expresión más lograda de la poética cinematográfica de Val del Omar, que les dedicó más de diez años de trabajo.

En estos "documentales abstractos", merced a procedimientos de iluminación y filmación peculiares, se transita la frontera entre la realidad y el misterio, logrando por momentos un peculiar expresionismo. El propio autor reconoció en estas inspiraciones deudas con García Lorca, Falla y Unamuno.

Los últimos años de Val del Omar supusieron una inmersión, más profunda si cabe, en sus fascinaciones. Rodeado de un grupo de jóvenes, insistió en su curiosidad por la técnica, ampliando su jardín de máquinas con el láser, el vídeo y una tecnología de su invención, la Picto Lumínica Audio Táctil, que mejor abrevió simplemente en PLAT.

En 1982 fallecía de un accidente de coche ese incansable explorador que llegó a afirmar: "Soy un río, cuya alegría es derramarse". Las hilachas de ese hermoso sueño están en las salas del CAAM hasta el próximo 8 de enero, para quien quiera conocer las ilusiones de Val del Omar.