Desde la ciudad arzobispal… (XLV)

Don Blas, el de la librería

Iglesia de San Gregorio en Telde

Iglesia de San Gregorio en Telde / Turismo de Gran Canaria

Antonio González Padrón

Aun tiro de piedra de la popular plaza de San Gregorio, en Los Llanos de Telde, en una antigua casona de gruesos muros, ancho portal enmarcado en gruesa cantería y bajas y altas ventanas trabajadas en tradicionales formas, se estableció, a principios del siglo XX, don Francisco Izquierdo. Allí abrió al público su librería, imprenta, estudio fotográfico y droguería.

Los negocios le tuvieron que ir muy bien, pues unos años más tarde, concretamente en 1936, se traslada con toda su familia a la capital grancanaria y es allí, en la calle Mayor de Triana,donde vuelve a montar su ya más que prestigioso negocio, ahora limitado a librería—papelería, con una sección especializada en la venta de imágenes sagradas, tanto en su versión escultórica como en las llamadas estampitas o grabados vocacionales. A esto mismo se había dedicado en Telde y junto con la imprenta—librería Alzola de Las Palmas de Gran Canaria, eran los principales proveedores de la ciudad.

Antes de su marcha, Izquierdo había negociado el traspaso del local teldense a su cuñado Blas Guedes Santos, indiano sin fortuna que hacía poco tiempo había regresado de Cuba con mucho menos dinero que el que llevó cuando se fue de aquí.

Era don Blas, pues nadie osó jamás negarle el ‘don’ que tenía por caballero honesto y sumamente educado, hijo del ilustre secretario general del Ayuntamiento de Telde, don Antonio Guedes Alemán, quien educara a todos sus hijos, sin importar sexo, en la más absoluta de las libertades ideológicas, pero eso sí, respetando y haciéndose respetar a todos y por todos.

Don Blas redujo la gran oferta de don Francisco Izquierdo a librería—papelería y ya a mitad de los años sesenta del pasado siglo XX y por exigencia del mercado, se adaptó a los nuevos tiempos y junto a los libros de Galdós, Tolstoy, Balzac y otros, vendía tebeos (chistes), cuentos y aventuras, así como las primeras revistas que más tarde fueron calificadas de corazón.

Los enseres necesarios para la correspondencia (cuartillas, folios, sobres y otros artículos) se unían a los propios de la escuela y así, las tizas, ceras, lápices de carbón y de colores, los afiladores o sacapuntas, los bolígrafos y las plumas estilográficas con sus respectivos botes de tintas, las escuadras, los cartabones, las reglas, los compases, tiralíneas y demás, creaban un mundo mágico de colores y olores.

En estanterías y un más que austero mostrador de tea, siempre a través de cristales, se mostraba ese variopinto utillaje que, con destreza de buen y honrado comerciante, mostraba don Blas acompañando a sus palabras una buena dosis de paciencia con el cliente más remolón.

Como los tiempos eran otros y la censura estaba siempre al acecho de los sospechosos lectores, don Blas inventó una más que sutil forma de engañar a los amigos del chivatazo y así ideó sobreponer tapas de catecismos y vidas de santos a los libros de Federico García Lorca, Antonio Machado o Pablo Neruda.

Hombre de carácter, pero de actitud siempre bondadosa, fue mi primer librero y a él le debo mi inicio en el mundo de las biografías, al que él me llevó, guiando mis pasos en mi recién estrenada juventud.

Su librería cerró cuando nuestro biografiado superaba con creces los ochenta años y con él se fue parte de la historia de nuestro barrio de Los Llanos.

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